Mi amigo Lesourd

Tengo un viejo amigo francés que últimamente viaja mucho por España preparando su jubilación que está cercana. Se llama André Lesourd , apellido que como él mismo reconoce,bromeando, cada vez le sienta mejor porque con la edad está perdiendo la audición. Hablar con él resulta muy gracioso porque le preguntas qué tal van sus oídos y empieza a contarte su últimos sueños. Aunque él se lo tome a broma, a mí me da no sé qué al ver cómo la edad nos va minando a todos, por mucho que miremos hacia otra parte.

Él sigue bromeando y para no conceder demasiada importancia al asunto, porque según él, no sirve para nada, me cuenta anécdotas que le suceden a diario y me expone las ventajas que tiene esto de irse quedando un poco sordo. Dice que se está dando cuenta de que hay muy pocas cosas que merezcan verdaderamente ser oídas, que podríamos prescindir del 80% de lo que oímos en las conversaciones. No hablemos ya si se trata de oír la radio o escuchar lo que nos dicen por televisión. Me cuenta que como en su casa el tono de la caja tonta se acomoda al oído fino de los que le rodean, a veces , porque cada vez más está prescindiendo de lo ofrece este medio, cuando va el salón hace lo siguiente: supongamos que es un programa de esos en que sesudos periodistas de investigación están desmenuzando la vida y andanzas de algún personaje 'ilustre', verbi gratia la 'apasionada' vida de la viuda de amores encarcelados. Él, como no oye bien, si entra en el salón donde la familia ve la tele, se detiene un momento y observa los gestos , el hincharse de las venas del cuello a la 'periodista' que habla, ve cómo de vez de cuando el apasionamiento hace que se dibujen arrugas en su frente, el agitar nervioso de manos que se mueven como aspas sosteniendo entre dos dedos el lápiz con que toma sus anotaciones, cómo abre y cierra los ojos, coloca su pelo... Toda una comunicación visual mucho más elocuente que lo que pueda estar diciendo y que él no entiende, ni falta que le hace.

Aparte de esta ventaja, le sirve para no enterarse de lo que dicen sobre él en ciertas ocasiones, le permite bromear y hasta presumir de unos aparatitos que se ha comprado, y que después de costarle una pasta, le sirven para muy poco. Eso sí, le sirven para mostrar lo sofisticados que dicen que son, quizá para justificar lo que le han costado, y lo poco eficaces que resultan. Estos chismes , según él, no hacen más que recoger y ampliar el sonido ambiente pero no ayudan a discriminar las palabras de los que hablan contigo. Como da la casualidad de que somos un país de conversaciones de muchos decibelios y en el que acostumbramos a hablar todos a la vez , superponiéndonos los unos a los otros, pues se entera de la misa, la media. Cierto es que en las misas también puede uno recogerse y celebrar su propia ceremonia.

A pesar de la semi inutilidad de esos adminículos tan caros, se preocupa por ellos , no por la utilidad que le proporcionan, sino porque no se pierdan en cualquier parte esos miles de euros. Como está todo el día quita y pon, puede dejarlos en cualquier sitio y olvidarse de dónde los ha dejado en un momento que decidió que mejor sus oídos maltrechos que la audición que le proporcionaban esos artefactos. Me contaba que el otro día los había dejado encima de un mesa que fue luego ocupada por otro colega, el tal colega al ver uno de esos chismes encima de la mesa pensó, no se sabe bien lo que pensó, mi amigo me dijo que el colega había creído que se trataba de algún pequeño accesorio de alguna muñeca, y lo había tirado a la papelera. Lesourd , al cabo de unos veinte minutos se dio cuenta de que había perdido su aparato (auditivo) y volvió nervioso a donde lo había dejado. Preguntó al compañero si no habría visto una cosita pequeña ,con una forma algo extraña... cuando sin dejarle de terminar la descripción el interpelado se dic cuenta de que era el mismo objeto que acababa de tirar a la papelera (¡?) Sorpresa, confusión, alegría, peticiones de excusa siguieron al hallazgo al ver que el audífono, yacía entre papeles en el fondo de la papelera.

Al despedirme hoy de mi amigo francés, me ha prometido que me seguirá contando sus aventuras camino a la sordera. Al fin y al cabo se trata de una deficiencia ilustre, que le permite ingresar en un club de gente selecta. A lo mejor Beethoven escribió sus mejores Obras cuando se quedó sordo o don Francisco de Goya no necesitó de sus oídos para pintar cuadros sonoros en los que se oye el rumor intenso de la vida.

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