El silencio de los corderos
No entiendo nada de argucias legales, ni entiendo de abogados y fiscales. No entiendo ni papa de derecho, ni siento interés alguno por estudiarlo. Hago un esfuerzo por entender a los verdaderamente apasionados por encontrar el hilo argumental que relaciones unas leyes y otras leyes. Pero cada vez me confirmo en la idea de que con las mismas leyes unos dictan una sentencia y otros la contraria. Veo todos los días que pobres diablos, sin abogados famosos, se pudren en la cárcel, por un pequeño robo, una venta de droga, o cualquier otro delito y ladrones de guante blanco de cientos o miles de millones, se codean con banqueros, políticos, empresarios y gente de negocios.
Con esto quiero decir que tengo poquísima fe en nuestra Justicia, y lo siento, porque me gustaría pensar que la justicia es justa, pero cada día me convenzo más que también la justicia es tramposa y se pone del lado del fuerte, cualquiera que sea la 'fuerza' que le presione: dinero, ideas, 'sugerencias' políticas, amenazas...
Ahora mismo estoy viendo una sonrisa y unos ojos de una frialdad que hiela el alma. Todo en ese gesto , en esa cara resulta helador, los ojos que te miran desde el cálculo y el cinismo, los labios que apenas son capaces de transmitir algo de calor aunque intente sonreír, pero hasta la sonrisa es fría, friísima, por mucho que quiera que sus músculos traten de desdibujar el arco tétrico que normalmente configuran esa cara. No sé muy bien quién me está mirando, si Hanibal Lecter o De Juana Chaos...
No sé si son cuatro, nueve o noventa y nueve los años que necesita este 'caníbal' para reconocer , lamentar y pedir perdón, si no fuera ingenua esta petición, a las veintitantas personas que ha matado y las centenas de otros muertos cuya muerte haya celebrado. Me imagino lo que debe sentir Teresa Jiménez-Becerril, cada vez que resuenen en toda su cabeza las carcajadas y las palabras que escribía - el futuro gran 'escritor' - desde la cárcel: "Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes." Así pasaba sus 'huelgas de hambre'. Hambre de sangre.
Bienvenido al 'Proceso', de parte de quien usted sabe.
Con esto quiero decir que tengo poquísima fe en nuestra Justicia, y lo siento, porque me gustaría pensar que la justicia es justa, pero cada día me convenzo más que también la justicia es tramposa y se pone del lado del fuerte, cualquiera que sea la 'fuerza' que le presione: dinero, ideas, 'sugerencias' políticas, amenazas...
Ahora mismo estoy viendo una sonrisa y unos ojos de una frialdad que hiela el alma. Todo en ese gesto , en esa cara resulta helador, los ojos que te miran desde el cálculo y el cinismo, los labios que apenas son capaces de transmitir algo de calor aunque intente sonreír, pero hasta la sonrisa es fría, friísima, por mucho que quiera que sus músculos traten de desdibujar el arco tétrico que normalmente configuran esa cara. No sé muy bien quién me está mirando, si Hanibal Lecter o De Juana Chaos...
No sé si son cuatro, nueve o noventa y nueve los años que necesita este 'caníbal' para reconocer , lamentar y pedir perdón, si no fuera ingenua esta petición, a las veintitantas personas que ha matado y las centenas de otros muertos cuya muerte haya celebrado. Me imagino lo que debe sentir Teresa Jiménez-Becerril, cada vez que resuenen en toda su cabeza las carcajadas y las palabras que escribía - el futuro gran 'escritor' - desde la cárcel: "Me encanta ver las caras desencajadas de los familiares en los funerales. Aquí, en la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y acabaremos a carcajada limpia. Esta última acción de Sevilla ha sido perfecta; con ella, ya he comido para todo el mes." Así pasaba sus 'huelgas de hambre'. Hambre de sangre.
Bienvenido al 'Proceso', de parte de quien usted sabe.
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