El columpio de las horas


Este viejo reloj ha sobrevivido al curso de los años. De pequeño, me pasaba ratos enteros observando el subir y bajar de esta niña que las horas columpiaban. No sé que imán , qué extraña magia me retenían allí, mi nariz pegada al cristal del escaparate de aquella relojería de la Plaza Mayor. Yo observaba a la niña, no al reloj. No pensaba entonces que aquel columpiar marcaba el ritmo rápido con que nos columpia el tiempo.

Esas son cosas de viejos, no de niños. Cuando se es niño, la vida se hace eterna.Ignoramos su principio, con la suficiente indiferencia para que ni siquiera nos ocupamos en pensar que tendrá un fin. Es ésta una idea que nunca acabamos de asimilar completamente, incluso unos segundos antes de terminarlo todo.

Pero no es ésta la idea que quisiera resaltar hoy que me he puesto a mirar de nuevo este reloj que tanto olor a niñez evoca. Es sólo lo que he querido rescatar del baúl de las nostalgias: una niña que sólo piensa en columpiarse.

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