Un paseo por Liérganes

EL HOMBRE PEZ

Hay lugares, pueblos, ciudades a los que siempre apetece volver. Siempre hay algo nuevo que nos sorprende o, quizá, porque también nuestros ojos se hayan renovado.
Hace algún tiempo rondaba por la cabeza del Náufrago un nombre: Liérganes. Es una villa cercana a Santander, asentada junto al río Miera, puerta de entrada a los llamados “Valles Pasiegos”. Son pueblos hechos de verde, prados y montañas. Un paisaje donde todavía no ha llegado esa palabra devastadora que algunos llaman ‘progreso’.

Así que esta mañana, el Náufrago, después de hacer unos cuantos largos en la piscina, se lanzó a la carretera camino de eso que llaman la ‘otra Santillana”. Sus casonas blasonadas de los siglos XVII y XVIII hablan de riqueza y prosperidad, cuando de la mano del ‘liegois’ Jean Curtius se abrieron las primeras fundiciones, allá por 1617. Fue la primera Fábrica de Artillería, municiones y piezas de hierro colado conocida en España. No es raro ver todavía cañones adosados a las paredes de alguna de sus casas solariegas.

Antes de llegar a la villa el Náufrago atravesó Solares (la del agua) y pasó por debajo del Arco de Carlos III, en La Cavada, donde también se instaló la Real Fábrica de cañones y donde aparecieron los primeros altos hornos de la península. Serían las once de la mañana cuando llegó al paseo que discurre a lo largo del río Miera donde se levanta una escultura dedicada al Hombre Pez, una leyenda que va unida a la historia de la villa. Un joven desaparecido en el río y dado por muerto que extrañamente apareciera atrapado en las redes de unos pescadores gaditanos: era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo. Las únicas particularidades eran una cinta de escamas que descendía de la garganta hasta el estómago y otra que cubría todo el espinazo… según cuenta la leyenda. Aquel extraño ser que no hablaba, después de varios días pronunció una palabra: “Liérganes”. El joven sería llevado después hasta ese pueblo donde reconoció su casa, donde vivía su madre, viuda, que cuidaría de él. Hasta que un día, al cabo de nueve años, desapareció de nuevo en el mar.

Este personaje de leyenda sobrevuela sobre la villa, que junto a su balneario, sus casas blasonadas, sus calles tranquilas, su río y su puente ‘romano’, son una invitación al visitante a sumergirse en una atmósfera hecha de historia, belleza, serenidad, silencio y sosiego.


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