El olivo desnudo

A UN OLMO SECO

¡El olmo centenario en la colina
que lame el Duero! Un musgo amarillento
le mancha la corteza blanquecina
al tronco carcomido y polvoriento.

No será, cual los álamos cantores
que guardan el camino y la ribera,
habitado de pardos ruiseñores.

Ejército de hormigas en hilera
va trepando por él, y en sus entrañas
hunden sus telas grises las arañas...
….
Olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.
Mi corazón espera
también hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.
Antonio Machado

Si el Náufrago se llamara Antonio, y su apellido fuera Machado, habría podido escribir un poema como éste, “A un olivo desnudo”, como antaño lo hiciera el poeta sevillano. Pero, ¡ay! necesitaría tanta sensibilidad, tanta maestría como la del profesor soriano.

En su lugar ha encargado a la cámara que muestre la desnudez del olivo al que unas máquinas crueles cortaron las ramas este invierno. Y así han quedado sus muñones como brazos desnudos que reclaman al cielo su verde vestido. No sé sabe si oran o lloran, mientras en sus recodos se cobijan, hongos, arañas, caracoles y otros parásitos… El musgo amarillento recubre su tronco retorcido, las hormigas trepan por su tronco. Se diría una víctima dolorida que se retuerce de dolor.

No le crecen las hojas como a los sauces vecinos, no se posa en sus ramas ese pájaro que canta en el abeto. El olivo sigue desnudo, sin hojas en sus ramas que saluden al viento. Sabe a soledad, a desnudez, a dolor, a frío. ‘¿Volverán las hojas verdes en sus ramas a brotar?’



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