Todos somos 'Rasmussen'

LA SOCIEDAD DEL ÉXITO

Lo bueno que tiene esta isla es que te mantiene alejado, de muchas preocupaciones, entre otras, seguir el deporte de competición. Los Tour, las Ligas, las Fórmulas de todo tipo. En la isla nadie compite con los demás, todo lo que vive en ella se ajusta a su propio ritmo, sin mirar para atrás para ver si alguien pretende adelantarle. Cada cual se esfuerza según se lo exige la vida, pero nadie siente el afán de superar a otro, ocupar un sitio más alto. Todos los seres vivos de esta isla saben que llegando a ‘su’ sitio, han logrado la victoria más importante, la de superarse a sí mismo.

Hoy, aficionados, periodistas, directivos, organizadores, hasta los que no tienen vela en ese entierro –nunca mejor dicho- se lamentan del ‘fraude’ que año tras año, van derribando a sus ídolos. Nadie se auto-culpa, cuando todos, aficionados, organizadores, corredores, directivos, medios de comunicación han colaborado desde ángulos distintos, a mantener esta farsa.

Vivimos en una sociedad hecha para la competición. En toda competición sólo se valora el triunfo. Los segundos de la liga, los segundos del pelotón, los segundones de cualquier competición ya no son nadie. Los tiffosi, los seguidores, los que están pendientes de quién sube al podio, o los que levantan la Copa, alientan y se identifican con los vencedores. Es la manera de ocultar nuestra realidad, nuestra mediocridad quizá, identificándonos con el Vencedor. Sus triunfos o sus fracasos los hacemos ‘nuestros’. Celebramos con euforia desmedida cuando ‘ganamos’ y nos hunde la frustración cuando nuestros ídolos pierden, o sea, ‘perdemos’. Vivimos ‘vidas prestadas’.

Todo en esta vida se ha hecho competitivo: el deporte, el arte, la literatura, la política, la economía... Sólo se valora al que triunfa. No se valora el esfuerzo, el coraje, la paciencia, la sencillez, el silencio del que trabaja sin hacer ruido, haciendo a conciencia su labor. ¿Quién valora el esfuerzo del último del pelotón que sigue pedaleando aunque llegue con veinte minutos de retraso, pero ha superado su propia decepción? Todas las miradas están puestas en quien recibe los besos de las guapas, en el que levanta el ramo de flores o la copa. Los demás, deben volver al hotel sin que ningún micrófono se acerque a preguntarle cómo se ha sentido, sin que nadie le pida un autógrafo, preguntándose si vale la pena seguir sentado en una bicicleta que nunca atravesará la meta la primera.

¿Quién o qué maneja el tinglado de la farsa de esta sociedad de triunfos o triunfitos? Mammon dirige, premia, aprecia, y da sentido a lo que ‘vale’. No importa lo que seamos, sólo cuenta lo que obtenemos o lo que tenemos.

Nadie, pues, puede rasgarse las vestiduras, tirar piedras contra los ídolos caídos a los que hemos exigido que ‘ganen por nosotros’, a los que hemos ‘victoreado’, porque sus victorias nos las apropiábamos, con los que nos sentíamos decepcionados cuando no ‘nos’ ganaban el tour del mundo. Sólo nos satisfacía su triunfo. Todos somos Rasmussen

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