Depresión divina

Tampoco esta mañana amaneció muy ‘playera’, las nubes de nuevo se instalaron. Parecían sentirse cómodas y allí se plantaron, por lo menos el tiempo que el Náufrago permaneció en la playa. Por él podía seguir así todo el verano. Lo siente por los visitantes que vienen en busca de sol, pero para un Náufrago este cielo nublado y temperaturas suaves, es ‘buen tiempo’. Sobre todo porque la playa no se convierte en una exposición de toallas, hamacas, sombrillas y demás arrumacos.

Pues estaba el Náufrago echando un vistazo a los periódicos, cuando se acercó a él un señor que aparentaba unos 60 años. Quizá su barba blanca, aunque cuidada, añadía algunos años, porque conservaba su corpulencia, y un cuerpo perfectamente diseñado y bronceado. Se sentó al lado del Náufrago y preguntó cortésmente.

- ¿Puedo sentarme aquí? ¿Molesto?

El Náufrago quedó algo sorprendido por tanta cortesía y también por el timbre de la voz que era extremadamente agradable. El visitante guardó silencio durante un rato, mientras el Náufrago seguía enfrascado en su lectura del “Testigo Impertinente” (Carmen Rigalt) fustigando a Lladó y a Anasagasti ,contando cómo andaba la ‘cosa’ por Mallorca, mientras Raúl del Pozo hablaba de desnudos, danzas del vientre, chanchitas y chanchitos y otras frescuras veraniegas. En otras páginas del periódico, seguían hablando de ‘cayucos’, de incendios, de torturas en Guantánamo, de Irak, Israel, Gaza...
El hombre de la barba, que estaba al tanto de lo que leía el Náufrago, sin necesidad de leerlo intervino.

- Está mal el mundo, dijo, como queriendo iniciar un diálogo.

El Náufrago quedó doblemente sorprendido, primero porque se dirigiera a él como solicitando diálogo, y también porque hubiera adivinado lo que estaba leyendo o pensando.

- Pues sí, no anda muy bien que digamos, dijo, como para salir del paso.

El hombre se acercó un poco más y con voz pausada y algo triste, susurró más que decir:

- “ Me salió mal. Lo siento”

El Náufrago sintió como un latigazo, le miró, y vio algo especial en aquel rostro apesadumbrado, pero con un brillo especial. Algo se le iluminó en su mente, pensó en el “Me salió mal” y le dijo, casi temblando:

- No será Usted ...

- Sí, el Mismo. Soy Ése en el que estás pensando. Pero por favor, háblame de Tú .

(¡ J...! El Náufrago Iba a soltar un taco que expresara su sorpresa, pero se contuvo)

- No importa, puedes decir ese taco que te salía espontáneo. No me asustan los tacos. Estoy acostumbrado a oírlos. También los que lanzan contra Mí. Tampoco vosotros me salisteis muy bien.

- Bueno, trató de consolarle el Náufrago. A lo mejor la culpa no fue toda Tuya, también nosotros nos hemos esmerado en ser bastante cabrones... ¿Puedo decirlo?

- Claro que puedes, hoy estamos entre amigos y no apunto los tacos. A veces a Mí, también me desahoga soltar alguno que otro cuando veo ciertas cosas. Pero hoy tengo un mal día, y ni siquiera me alivia decir un taco. Me siento bastante deprimido y lo veo todo como este cielo que nos cubre: sólo veo densos nubarrones.

- Tampoco es para ver las cosas así, intervino el Náufrago, tratando de levantarle la moral, porque le veía bastante afectado, aunque mantenía una notable serenidad.

El Náufrago le habló del mar, de la maravilla del paisaje que tenían delante, de las rocas, de los árboles, de los peces, de las gaviotas... De todo lo que se le ocurría y que pudiera poner en su Haber. Él lo reconoció, le confesó que había tratado de hacer un mundo habitable, pero que también se le había ido de las manos. Trató el Náufrago de aliviarle del peso de la Culpa que sentía. Añadió que también los hombres habían contribuido a hacer este mundo más inhóspito con su codicia, su afán de progreso incontrolado...

- Lo sé, lo sé, trato de no castigarme en exceso, pero me siento Solo. Todos me piden responsabilidades y Yo no tengo a nadie que me ayude un poco, por eso he necesitado sentarme hoy aquí, para desahogarme un rato.

Como el Náufrago le vio tan Así, no se le ocurrió ni preguntarle ‘qué había de lo suyo’. Siguieron charlando un poco ya de cosas más banales, sobre Santander, el Racing, del tiempo... Cosas todas muy honestas. Luego el visitante se levantó, le estrechó la mano , esbozó una sonrisa, le dio las gracias y comenzó a caminar descalzo sobre la arena. Pero enseguida despareció de su vista.

El Náufrago se frotó los ojos, pero no vio nada, ni siquiera las huellas en la arena que había dejado. Entonces empezó a dudar de sí mismo y pensó que quizá debería a acudir a algún experto. No le parecía normal lo que había pasado por su cabeza. ¿O había sido realidad? Se quedó con la duda

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
¡Como las cabras!

:))
Douce ha dicho que…
:-)) ¿Cuál de los dos? ¿El Náufrago o el Visitante?

Convendría aclararlo.

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