Baños de Ola

No suele el Náufrago acudir a los sitios frecuentados donde se aglomera la gente. Rara vez pasa o pisa, en verano, la playa del Sardinero, lugar de cita de locales y foráneos. Hay sin embargo festejos que, por determinados motivos, sí reclaman su curiosidad y atención, sobre todo si es una mañana, como la de hoy, en que las nubes ahuyentan a los turistas de sol y playa.

Así que aprovechó la circunstancia para, antes de ir a su recogida cala, darse un pequeño paseo por la terraza de la Primera Playa de El Sardinero que acoge las fiestas denominadas los Baños de Ola. La verdad que nunca entendí la denominación dada a estas fiestas que van ya por su undécimo verano, si no es para oponerlo a los baños de casa o a los baños termales. Pero al fin y al cabo lo del nombre sería lo de menos si con ello pretende revivir la “Belle époque” santanderina cuando reyes, cortesanos y demás pudientes, en lugar de subirse a ‘Bribones’ u otros yates preferían repartirse por palacios, grandes hoteles y casinos.

Una serie de casetas, talleres, desfiles y centros de bienestar, salud y juegos, completa este ‘revival’ de glorias pasadas que promocionaron esta ciudad como lugar de veraneo exquisito. Eran otros tiempos, cuando en lugar de sol y aguas calientes, la aristocracia buscaba la sombra de los favores reales y otros frescos aires. Hoy hay puntos más 'calientes' donde se apañan suculentas ‘operaciones’ veraniegas, mientras suenan músicas atronadoras, se bebe y se bailan danzas del vientre, del corazón o del dinero.

El caso es que resulta divertido encontrarte, mientras paseas, a la sardinera con su carpancho a la cabeza, al aguerrido Capitán de barco, gorramarinera, pipa en mano, chaqueta azul de botones doradamente anclados y un impoluto pantalón blanco. No importa que a este mismo ‘capitán’, le viera el Náufrago hace algunos meses como el Ingenioso Hidalgo cervantino. Bien pudiera ser que este personaje, de sonora y profunda voz, que va interpelando a los paseantes, fuera un día Quijote, hoy Capitán de “La Montañesa”. Junto a él pasean por la terraza jóvenes señoritas de sonrisa tímida, pamelas, sombrillas, guantes, blusas y largas faldas que moldean levemente sus caderas. Charló con ellas el Náufrago, le contaron su ‘origen’ y prosapia y más hablaran si no fuera que un severo presbítero, con su teja en la cabeza, cruz en mano y rejilla confesional de cartón, viniera a advertirlas del peligro de hablar con extraños. No sabía el Náufrago que también los curas se bañaran en esta playa, pero nada es imposible en la viña y en la playa del Señor

Así fue discurriendo el paseo, visitando los centros de prevención solar, de talasoterapia asistiendo a una lección de un chef explicando a los pequeños cómo se amasa el pan o cómo es un desayuno saludable. Casetas del churrero, el barquillero, el vendedor de juguetes o viendo cómo grandes y pequeños competían en un concurso de esculturas en la arena. La verdad es que fue una provechosa visita al pasado, cuando las cosas eran tan diferentes que se parecían mucho a las de ahora. Las mismas exhibiciones, las mismas ilusiones infantiles, la misma necesidad de evasión por otros medios.

Allí estaba, como una metáfora, el viejo Carrusel de caballitos, carrozas y balancines de madera, dando vueltas. Como la vida.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Después me di cuenta de que, la definición que yo hacía de miriñaque, en realidad corresponde al polisón. No se puede recordar todo, y menos con la cabeza loca que yo uso últimamente :)
Douce ha dicho que…
Tampoco es tan importante. Además tanto el polisón como la cabecita forman parte de la poesía y la canción:

La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
*****
Me decías cabecita loca
Por seguir mis sueños
Por romper las olas
Me defendía con mis alas rotas.

Reposada noche. Besos

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