Un perro llamado Zarc

Hola, de nuevo. Soy Douce, la becaria de esta bitácora. Los que se pasan por la isla ya me conocen. Si no escribo más es porque este Náufrago no me deja meter baza, y sólo puedo meter mi pezuña cuando él no tiene nada que criticar. Pero bueno, no vamos a ponernos a malas con él, no sea que no me deje escribir, con lo que a mí me gusta.

Esta mañana, cuando regresaba de paseo con uno de los chicos, olí que había llegado a casa desde la puerta del jardín. Corrí precipitadamente hasta el ascensor, inquieta, nerviosa, por saludarle. El se mostraba ufano y me decía que nadie se alegraba tanto de verle como yo. Pero, dejemos nuestros amores, porque tengo historias más interesantes que contarles.

En realidad es él el que me la ha dado a conocer. Esta mañana me dijo que había leído varias historias que hablan de nosotros. Como siempre, los periódicos en verano, cuando los políticos se van de vacaciones, largan algo menos y se quedan sin noticias que llevarse al ordenador, entonces se acuerdan de que nosotros existimos. No somos ‘serpientes de verano’, pero lo parecemos. La verdad es que, como casi siempre, somos noticia por acontecimientos tristes más que por la cantidad de cosas buenas que hacemos.

Somos un poco la canción del verano:"Perros abandonados". En 2005 se contaron 200.000 y eso que sólo se contabilizan los que sobreviven y son llevados a alguno de los centros de acogida. Los otros, o mueren tirados en la carretera, los arrojan a un pozo o les hacen “tocar el piano”. La verdad que al contar en qué consiste esta ‘gracia’ humana, se me encoge el estómago y se descontrola mi corazón, pero quizá deba decirlo para mostrar hasta dónde puede llegar la crueldad de los que se denominan humanos. Emplean esta expresión porque mis amigos, cuando los cuelgan, tratan de tocar el suelo con las patas delanteras y a ellos les parece que estamos tocando el piano el Réquiem de Mozart. ¡¡¡Buffff!!! Déjenme respirar hondo, porque sólo al escribirlo e imaginarlo, se me ha revuelto todo por dentro.

Vayamos a un caso menos trágico y, aunque triste, más esperanzador porque mi intuición canina me dice que volverá a encontrar a su amo. Se llama Zarc, es madrileño y su amo, Sergio , desolado, está buscándolo. Zarc es un ‘basenji’, una raza bastante exótica de la que hay muy pocos ejemplares. Los ‘vetes’ que son los que saben un poco de ello, calculan que apenas nacen 20 de ellos cada año en España. Por supuesto, yo nunca me he cruzado con un ‘basenji’. A ninguno de mis amigos le pido su ‘pedigree’, es algo que me trae sin cuidado. Yo quiero a mis amigos por los que son y si digo la verdad, siento más simpatía por esos perritos que vete tú a saber de qué raza son. Yo no hago ese tipo de distinciones.

Pero ya que hablamos de Zarc, he tratado de saber algo más de los perros de su raza, aunque lo que más me ha emocionado es lo que Sergio cuenta de él: “Zarc me ayudaba mucho a llevar una vida ordenada, sobre todo desde que diagnosticaron diabetes”. Esa frase me ha conmovido y me ha llamado más la atención que otras características de una de las razas más antiguas de nuestros antepasados Estos perros son originarios de África, de la región central. En su país natal, el Congo, lo utilizaban para cazar presas menores, pero para los faraones egipcios fue un perro querido en la corte. Estoy viendo una foto de Zarc frente a la Puerta de Alcalá, en Madrid. Es muy guapo, tiene las orejas puntiagudas el pecho y el morro blancos y el resto del cuerpo negro con el rabo enroscado. Como es fuerte, ágil y juguetón es fácil que se haya recorrido todo Madrid, desde que se alejó de su amo, pero tiene un chip y está registrado, así que cualquiera que lo encuentre puede llevarlo a cualquier veterinario y lograr que él y Sergio vuelvan a encontrarse.

Yo sé lo que es la alegría del reencuentro cuando mi papá o alguno de los chicos, se marchan de viaje. A veces me paso horas sobre la alfombra, vigilando la puerta, esperando a que lleguen. Y sé que Zarc regresará a su casa.
DOUCE
Foto: Sergio Palacios /La Razón

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