Dos poetas, dos aniversarios , un dolor

  • El dolor del artista
El otro día, debió de ser el domingo, acudieron a la cita de mis ‘pensares’ o ‘pensaciones’ tres hechos, sin relación aparentemente cercana, pero que yo uní por uno de esos caprichos personales. Se trataba de una reflexión y de dos aniversarios.La reflexión era de un articulista, novelista, escritor, Juan Manuel de Prada, que venía a decir : “el verdadero arte nace del dolor, se alimenta del dolor y, más allá del disfrute estético que pueda depararnos, nos transmite un eco de ese dolor, tanto más vívido cuanto más verdadero es.” Ese dolor de la creación que sienten los verdaderos artistas se puede ver claramente en los dos poetas ‘aniversariados’.

A los hombres nos gusta poner hitos, marcar fechas, celebrar efemérides, recordar, dividir el tiempo en años, días , horas... Necesitamos ‘referencias’ para ordenar nuestro caos. Somos seres rituales, nos gusta nombrar las cosas, poner nombre a los sentimientos, clasificar, parcelar, es una manera de ordenarnos interiormente.Por eso celebramos aniversarios. Y no está mal, con tal de que cada cual lo haga como lo siente, no como los que organizan los eventos. Los hay que se aprovechan del homenajeado, porque toda su vida han parasitazo a alguien, y su vida no tendría demasiado interés si no hubieran sido sanguijuelas. Pero esa referencia no viene al caso. Esa y otras. Son tan distintas las causas que reúnen a gentes en elogios a los recordados...
  • Aniversarios
Y con esta digresión me he olvidado de dar los nombres de los poetas recordados al cumplirse 150 y 100 años de la publicación de obras o etapas significativas de sus vidas. El primero se llamaba Charles Baudelaire, poeta maldito, sublime poeta. En estos días celebramos los 150 años transcurridos desde la publicación de Les Fleurs du mal”, un ramillete de poemas-flor cargado de perfumes y venenos que escandalizó a la sociedad de su tiempo y fue objeto de toda serie de anatemas.

El otro tenía por nombre Antonio Machado, ‘recuerdos infantiles de un patio de Sevilla y un huerto claro donde florece el limonero’... En la primavera 1907, hace 100 años, el tren le dejaba en la estación de Soria. A sus 32 años, después de muchas vicisitudes, había conseguido la cátedra de Francés en el instituto de Soria. Allí vive cinco años, descubre Castilla y se casa con Leonor Izquierdo, lo que lo vincula para siempre con la ciudad del Alto Duero. Desde entonces Soria no se comprendería sin el sello dejado por Machado y el poeta no sería el que conocemos sin su paso por la ciudad castellana

  • Dolores diferentes

El tercer elemento que me hizo relacionarlos fue que ambos, desde perspectivas vitales diferentes, hicieron arte de su propio dolor, crearon con el sudor de su sangre, transformaron sus angustias, sus dolores, sus diferentes amores felices o desgraciados en versos, en gritos del alma, en flores dolorosamente bellas.

“Se trata, paradójicamente, de un dolor voluptuoso: el artista lo necesita para seguir viviendo (para seguir muriendo) cada día, si un día ese dolor desapareciese el artista dejaría de serlo; tal vez lograría engañar a su público, pero íntimamente sabría que como artista ha dejado de existir”, escribía Juan Manuel de Prada.

- Ambos, en su lenguaje particular se retrataron. El uno con su natural desgarro:

Mi juventud no fue sino un gran temporal
Atravesado, a rachas, por soles cegadores;
Hicieron tal destrozo los vientos y aguaceros
Que apenas, en mi huerto, queda un fruto en sazón.

He alcanzado el otoño total del pensamiento,
y es necesario ahora usar pala y rastrillo
Para poner a flote las anegadas tierras
Donde se abrieron huecos, inmensos como tumbas.

¿Quién sabe si los nuevos brotes en los que sueño,
Hallarán en mi suelo, yermo como una playa,
El místico alimento que les daría vigor?

-¡Oh dolor! ¡Oh dolor! Devora vida el Tiempo,
Y el oscuro enemigo que nos roe el corazón,
Crece y se fortifica con nuestra propia sangre.

Charles Baudelaire

El otro lo hará con su mesura, con su honda, íntima y callada soledad. Soledad de ‘Soledades’.

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Antonio Machado

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