La espera

Ahí está. Todos los días llega puntual, hacia las doce de la mañana.
Todos los días, a la misma hora, su amo y él hacen lo mismo, como si de un rito se tratara.
Su amo está ya en la edad de los rituales.
Ochenta años o más, no dan para nuevos ensayos, para cambios de hábitos y costumbres.
Cada día tiene sus horas, sus tareas programadas.
Llegan. Él lo ata con su correa a la barandilla.En el mismo lugar, en el mismo punto y baja las escaleras que conducen a la playa.
“Prohibidos perros”, reza el cartel.
Hay gente a la que les molestan los perros pero no reclaman porqueque aparezcan bolsas, botellas y otros restos de la juerga.
Pero los perros molestan, por principio. Aunque no hagan nada.

Arriba queda él, cumpliendo su rito lastimero, la mirada fija en un punto.
Lamenta llorando la ausencia de su amo. Lo espía, sigue con la mirada cada uno de sus gestos, cada uno de sus pasos.
Y sigue gimiendo, como el niño al que sus padres han abandonado .
Hay paseantes que se detienen un momento y lo acarician. Él se deja.
Cuando se marchan, intenta en vano lanzarse hasta la playa.
Al final, cansado, se calla y se sienta, la mirada siempre fija en el mismo punto.

Por fin su amo vuelve, chorreando aún. Él se vuelve todo un remolino de saltos y esperanza.
Ya están de nuevo los dos juntos. Con cuidado, su amo lo desata, suelta aquella correa que lo mantenía lejano.
Juntos, como si nada hubiera ocurrido, sin un reproche, vuelven a casa.

Y mañana volverá a estar ahí. ...
Todos los días llegará puntual, hacia las doce de la mañana.

Comentarios

Entradas populares