Las voces y los ecos

Los hombres de hoy, estamos tan absortos por el trabajo, la prisa, las preocupaciones, que corremos el riesgo de pasar por la vida de puntillas, casi sin enterarnos. Apenas tenemos tiempo de dedicarlo a la vida de verdad. Vivimos de prestado, sin pensamiento propio y nos servimos de los tópicos, de lo que repiten los demás, de lo que flota en el ambiente, creado muchas veces por eso que llaman ‘creadores de opinión’. No tenemos tiempo de reflexionar por cuenta propia, de pasarlo por el tamiz de la experiencia personal. Tan atareados estamos que siempre nos falta tiempo.

Vivimos en una sociedad de hombres-loro, que repiten lo que oyen, lo que otros dicen, somos magnetófonos sin voz propia, sin conciencia de lo que con tanta ‘fe’, pero sin ninguna convicción proclamamos y tratamos de defender. Tan poco convencidos estamos de lo que decimos que necesitamos recurrir a la descalificación, al insulto, incapaces de escuchar a los demás. Nos molestan las ‘verdades’ de los otros, porque las nuestras son muy frágiles. Somos seres de diseño, a menudo huecos, espumosos, lo que alguien llamaba “sociedad líquida”, tan líquida como la manipulación que hacemos con las palabras y los ‘trasvases’ que no son trasvases, al ser ‘transvasados’. Entre tanto loro, se escuchan pocas voces personales, con acento propio, disidentes del rebaño.

Hablando de magnetófonos, de habla sin vida propia, ha venido a la memoria del Náufrago una anécdota que le contaba una compañera cuando trataba de recoger para la revista del instituto sucedidos o personajes que hubieran marcado la pequeña historia del centro. La anécdota que entre risas le contaba era la siguiente.

- Conoció al llegar al instituto, con su licenciatura recién estrenada, a un viejo profesor, de aquellos catedráticos de antaño, lo que se dice todo un ‘pata negra’ de la enseñanza. Se llamaba Carnero, sin que el apellido quisiera añadir ninguna característica más al ya de por sí peculiar profesor de Ciencias Naturales.

El tal Camero parece ser que fue un adelantado para la pedagogía doctoral al uso de aquellos tiempos. Un verdadero innovador, uno de los pioneros en eso de utilizar las nuevas tecnologías en el aula.

Seducido por los nuevos aparatos o sabedor quizá del poder adormecedor de los nuevos cacharros, había grabado algunas de sus lecciones en un enorme magnetófono, que portaba o hacía portar a cada una de sus clases. De este modo, podía hacer sus crucigramas mientras su voz, registrada en cinta magnetofónica, tronaba en el aula. La profesora que lo contaba no sabía si los alumnos tomaban o no, notas y apuntes, o dormitaban mientras sonaba aquel artefacto. De lo que sí daba fe es de que esas grabaciones sirvieron durante algunos años y los alumnos no sólo podían oír la lección, sino algunas "cuñas" que habían quedado registradas en la primitiva grabación, en riguroso directo.

De esta forma mientras la voz trataba de explicar, pongamos por ejemplo, "La polinización: de la flor al fruto", se oían de repente frases como" Usted, señor. Reigadas, ¿quiere hacer el favor de callarse?" o bien: "Sr. Bezanilla, ¿puede dejar de jugar con las persianas?" Entonces surgía la lógica sorpresa en los alumnos, que no entendían muy bien la función de las persianas en la reproducción de las plantas.

El Náufrago siempre sonríe cuando imagina la situación del aparato repitiendo la lección y aquellos muchachotes de Preu más sorprendidos por las persianas del tal Bezanilla que no atendía a las doctas enseñanzas sobre la flor y sus frutos. Abundan por ahí muchos ‘carneros’ que repiten lo que otros previamente les han grabado.
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Nota: Si alguno dudara de que aún hay magnetófonos que reproducen fielmente los que otros han grabado, puede visitar el Noticiero

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