EL Metro

Había aterrizado en la estación Príncipe Pío de Madrid, una mañana de octubre de mediados de los sesenta. Era una manera de huir de casa donde se asfixiaba y empezar una nueva aventura. Todavía no sabía si iba a encontrar trabajo y apenas tenía dinero para sobrevivir un mes. Encontró una habitación con derecho a infiernillo en una casa de la calle Galileo, en el barrio de Argüelles de Madrid. Un diploma de la Escuela Oficial de idiomas bajo el brazo y una carrera sin terminar era todo su bagaje para hacer frente a la gran ciudad que se le hacía enorme.

Tras semanas de recurrir inútilmente a ‘amigos’ de su padre, a anuncios del periódico encontró trabajo en un colegio de Vallecas. Tres horas de trabajo diario por las tardes por 3.000 pesetas al mes. Mil, debía reservarlas para pagar aquella habitación de la vieja solterona y hermano polícia. Cama, armario con luna, donde examinaba a diario su coraje o su desencanto, una mesa y el infiernillo eran todo su dominio.

Trasladó su matrícula y reanudó sus estudios universitarios. Todas las mañanas cogía el metro en Moncloa para acudir a la Facultad de Letras, en la Ciudad Universitaria. Ni un amigo, ni un conocido, era una pura soledad perdida entre aquel grupo de despreocupados compañeros. Puntual, después de las clases de la mañana, hacía colas en el comedor universitario, a 12’50 el menú. Tres platos. A las dos tendría que coger de nuevo el metro que le dejara en Portazgo y a las tres, hasta las seis, daría clases de geografía y francés en aquella Casa-Colegio a 34 chicos y chicas que estudiaban 4º y reválida. Al terminar las clases, cogería de nuevo el metro que le dejaba cerca de casa, después de casi tres cuartos de hora de trayecto.

No tenía ojos para fijarse en aquellas estaciones, marquesinas, barandillas, escaleras diseñadas por Antonio Palacios, el 17 de octubre de 1919. El metro para él era un cajón sobre ruedas que transportaba seres silenciosos, lectores o en ocasiones bultos que se abrían paso entre empujones. Una única preocupación ocupaba sus pensamientos sobrevivir, terminar cuanto antes aquella carrera que se le hacía larguísima. Pero eramás fuerte el impulso y la necesidad de lograrlo, que las dificultades y estrecheces que tenía que pagar por su ansiada independencia.

Valía la pena llegar a casa, cansado, tras seis o siete horas de clases, recibidas o impartidas. Valía la pena no variar el menú de la cena: sopa de sobre Gallina Blanca, huevo frito o tortilla francesa y vino con gaseosa La Casera. Al día siguiente se levantaría a las 8 y a las nueve cogería de nuevo el Metro, con sus olores, la muchachada camino de la Facultad, el frío del invierno y la soledad por compañera.


SlideShare | Ver | Descargar |

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Bonito post, me ha trasladado a la ciudad donde viví hace años, aunque más tarde que donde se desarrolla tu historia.
Anónimo ha dicho que…
Madrid ha sido y sigue siendo un puerto franco adonde arriban todo tipo de barcos.

Barcos 'pirata',trasatlanticos avasalladores, veleros de aventura, radas de náufragos... hasta hay 'cayucos' que amarran en cualquier acera.

Los hay que prueban y se quedan, los hay que huyen y retornan a casa, pero en todos deja una huella.
Campu ha dicho que…
Yo también estuve en Madrid hace pocos años...viviéndola en el día a día, en ese lugar tan mágico que es el metro de vuelta; las caras tristes, cansadas...algunas felices.
Imaginaba sus vidas. Me gustaba. Incluso a veces se iniciaban conversaciones que nunca daba tiempo a terminar...

Si el tiempo pasa rápido en una ciudad de provincias, aquí dura lo que dura ese relámpago...aun más breve su permanencia...

Aun así, para mí es una ciudad de sangre porque fue la que me recibió el día que vi por primera vez este mundo, y allí tengo familia que no cambiaría este lugar por nada...
Mejor, eso sí, ir de invitado y recibir todas sus atenciones...así son realmente enriquecedoras.

Un homenaje a Madrid desde esta isla...

:)
Meritxell2000 ha dicho que…
A mí también me ha gustado mucho este post que me parece tan de neorrealismo italiano (mi cine favorito)

¿Y nosotros nos quejamos de cansancio hoy día al finalizar la jornada escolar? No tenemos perdón.

Saludos, Julio.
Anónimo ha dicho que…
Cuando se está obligado a sobrevivir, no cuentan ni las horas, ni el trabajo, no queda tiempo para sentir el cansancio.

Al mirar hacia atrás, si se dieran las mismas circunstancias, estás seguro de que volverías a hacerlo.

Gracias Meritxell. La 'peli' es gratis: no es 'Ladrón de bicicletas', ni 'Rocco y sus hermanos', ni El limpiabotas', pero casi son coetáneos.

Entradas populares