El acanto, el fraile y el arte

Debe ser culpa de la primavera, pero observo que el Náufrago presta especial atención a las plantas y también a otro tipo de ‘flores’ que pasean su elegante frescura. El caso es que esta mañana cuando iba camino del gimnasio para sus prácticas natatorias y demás, sintió una llamada especial de unas rosas rojas que asomaban su hermosa cabeza y su intenso color entre el seto que circunda el gimnasio y el colegio. Hacía tiempo que no veía unas rosas tan tersas y de tan brillante color. Lástima que quedaran algo lejos del alcance de sus napias porque a lo mejor también olían a las rosas de antaño.

Al salir de sus ejercicios gimnásticos volvió a fijarse en el cinturón verde que circunda los dos edificios. Se fijó en las hortensias, en las plantas de bambú, en dos hermosos acebos con un brillo especial en sus hojas y en el verdor de sus brotes. Los conocimientos botánicos del Náufrago no van muy allá y se fijó en un señor algo mayor, quizá rondando los ochenta, que observaba atentamente una planta que ya había reclamado la atención del ‘gimnasta’ en el camino de ida. Aprovechó la ocasión, se dirigió a él, y confesando su ignorancia le preguntó:

- "Por favor, ¿me podría decir qué planta es ésa?"

El buen señor, seguramente un religioso del colegio, dibujó una sonrisa apurada, se detuvo unos momentos como buscando interiormente algo y, un poco avergonzado, confesó: “Estoy pensando… pero no me viene el nombre". Y siguió intentándolo mientras decía:"me falla la memoria”. Se le notaba esa lucha interior por traer a la mente un viejo nombre que se negaba a acudir a la cita. El Náufrago, que conoce algo del fenómeno, comprendió el apuro del buen fraile y le dijo:

- “No se preocupe. Eso nos pasa a todos” y siguió bordeando el seto, mirando otras plantas.Dos minutos más tarde vio que se acercaba de nuevo el buen desmemoriado y, satisfecho, le dijo:

- “Acanto. Se llama acanto".

Encantado quedó el Náufrago al oír aquel nombre . Le traía lejanas resonancias y antes de que hiciera su relación, el amable informante le recordó los órdenes de la arquitectura griega: dórico, jónico, corintio en cuya decoración figuran las hojas de esta planta. Ambos se reencontraron en Corinto y recordaron su ya lejana ‘Historia del Arte’. Por la mente del Náufrago pasaron viejas imágenes de libros con capiteles, frisos, frontones, columnas, arquitrabes.

Volvió a hacer un repaso de aquellos nombres raros que entonces sólo servían para sacar un aprobado: basa, fuste, capitel, estilóbato, acróteras… No es que volviera a la escuela, es que ligaba vida y saberes. Saberes que recobran el nombre de sabores.

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Y UNA LEYENDA...

Según la leyenda, había muerto la joven hija del arquitecto griego Calímaco. Éste colocó sobre la tumba de la muchacha, encima de una planta de acanto, un canastillo de flores, y lo cubrió con una teja.

En la primavera siguiente, la planta se abrió camino redoblando sus esfuerzos por crecer, y sus hojas abrazaron el canastillo, se encorvaron y se cerraron hacia los extremos. Al pasar por el sepulcro, Calímaco se quedó maravillado ante aquella decoración campestre del acanto y la armonía y belleza del conjunto le inspiraron para crear el capitel de la columna corintia, correspondiendo al cesto el cuello de la columna que se pierde en las hojas y la teja, a la baldosa.

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