Chez le Notaire

Debe de ser la tercera vez que visito un despacho de notario. Es notorio pues que lo mío no es el mundo de los patrimonios, testamentos, herencias , divorcios y todo lo que estos señores avalen notoriamente con sus notables firmas. Por cierto que este último al que me refiero ponía un especial esmero en eso de la rúbrica.Ese mover ceremenonioso de su muñeca trazando círculos ,sus transparentes gafas, su impecable traje, su impecable sonrisa, ni demasiado ficticia ni excesivamente familiar, en el justo medio que debe ser requisito de estos notables, a mí me mantenía entre expectante, reverente,ligeramente envidioso al ver que mi firma no vale apenas nada y por la suya cobra notorios emolumentos, y al mismo tiempo entre despectivo e indiferente, porque no me veo demasiado entre tanto despacho, tanto mueble de diseño, tanto ayudante, tantos archivos, protocolos y papeles timbrados.

Asistir a una lectura de esos papeles redactados en una literatura pulcramente aséptica , llena de nombres propios, precios, medidas, partes contrantes y demás conceptos leguleyos no es de lo más apasionante. El propio tono del declamador o proclamador suena ya lo suficientemente rutinario y monótono para sentir que el vello se te eriza y experimentas particulares emociones...

O sea, que cuando sea mayor, quiero decir, más mayor aún, me pensaré si quiero ser Notario.

Comentarios

Enrique Gallud Jardiel ha dicho que…
La culpa, como casi siempre, es de Aristóteles, aquel que popularizó lo de A = A. Es perogrullesca una sociedad que precisa de un señor que diga que tú eres tú y que tu firma es tu firma y tus narices son tus narices.

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