Mi zapatero


Mándame en un sobre
tu sonrisa rota.
Yo te la compongo
que soy zapatero.
Que soy zapatero,
que soy zapatero remendón...

(Manolo García)

No, no teman que no les voy a hablar de ZP. “Zapatero, a tus zapatos” y lo mío en este momento es escribir sobre el zapatero que me pone medias suelas a mis zapatos, antes, no sé por qué, se decía: “oye ,¿ me pones unos “filips”? Yo los únicos “filips” que conocía era el de las bombillas y los aparatos de radio, luego, a medida que el progreso avanzaba imparable, fui ampliando el concepto “Phillips”a los televisores, ordenadores, vídeos, reproductores deuvedés, auriculares, minicadenas y demás chismes tecnológicos.

A lo que íbamos, al zapatero que tiene instalado su taller enfrente de mi casa. Es un zapatero “filósofo” o más bien didáctico, le gusta mostrar sus saberes zapateriles y cada vez que tengo que recurrir a sus servicios me entra pánico. No porque sea mala persona, o tenga miedo que en un acceso de cólera, o de pérdida de la chaveta, haga intención de clavarme su lezna. Nada de eso. Lo que me retrae es la lección de marroquinería que me endosa. Me explica pormenorizadamente todos y cada uno de los actos ‘técnicos’ que va a requerir el arreglo de mis zapatos. Primero me señala todos los defectos que tienen mis zapatos, que si me he comido parte del tacón, por dónde aparecen despegados o descosidos, conveniencia de poner una plantillas – me saca todo el muestrario de plantillas que tiene- me indica la que me iría bien, me señala una ligera grieta que yo no había observado y algunos detalles más, para probar que mis zapatos están necesitados de un ingreso en el ‘hospital del calzado’. No me queda más remedio que aguantar la charla didáctica y de paso sentir remordimiento interior por haber sido tan indiferente ante unos humildes zapatos que protegen mis pies del frío, de la lluvia y de las piedras del camino

En realidad no acierto bien a adivinar cuál es su objetivo último, hacerme sentir culpable de abandono, hacer que repare en lo amplio de sus conocimientos de este milenario oficio, cuando las mujeres eran las que fabricaban los 'zapatos' a los hombres cavernícolas para que se fueran a cazar y las dejaran en paz, o simplemente porque le gusta autoafirmarse y proclamar la dignidad de los nuevos “reparadores de calzado”, o es que trata de justificar los 20 euros que me va a clavar por tan concienzuda y artesana reparación. Más de una vez he hecho un ligero cálculo, y aunque en cuestiones económicas soy un desastre o un deszapatero, he llegado a la conclusión que casi me sale más rentable comprar unos zapatos nuevos, si valoro el tiempo empleado en asistir a la 'lección magistral' anterior y posterior a la reparación de mi zapato, más los euros que debo abonarle. A veces me entran ganas de pedir presupuesto de reparación “con” o “sin” charla, porque si es 'con' lección, creo que el que tendría que cobrar soy yo, por mi santa paciencia.

No obstante todo lo dicho, he de afirmar en su descargo que sus arreglos son una auténtica obra artesana.

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