Cuando los hijos enseñan a los padres

Image hosting by PhotobucketPongamos que este relato o comentario, llámenlo como les plazca, puede referirse a quien lo escribe o a cualquier padre. El o los protagonistas son lo de menos, lo de más es que el aprendizaje no es unidireccional, sino que existe una comunicación de corriente continua o alterna. Los maestros enseñan a sus alumnos y éstos, si el profesor es medianamente inteligente, aprende de ellos. Los padres , algunos, tratan de educar y a la vez, si no son monolíticos e inasequibles al cambio , pueden ser educados por sus hijos a nada que estén atentos.

En el caso al que me refiero, digo que puede ser cualquiera, el hijo, un lector voraz , de gustos propios muy selectivos, ha descubierto o recordado a su padre autores ya conocidos por él pero no leídos y otros absolutamente desconocidos para él, porque sus gustos quizá seguían, siguen, otros derroteros.

Algunos de los últimos descubrimientos. El padre en cuestión conocía , muy por encima, es decir casi nada, a Jules Renard . Quizá vagos recuerdos de apuntes estudiantiles en los que había que abarcar, al menos así se hacía antes - ahora no sé cómo se hace - toda la literatura en un curso o dos y si tenías la oportunidad de asomarte a las aulas universitarias te tragabas igualmente siglos entero en un solo año. Quiere decir que, salvo raras excepciones, la mayoría se alimentaba de los resúmenes de colecciones clásicas tipo "Lagarde & Michard" en lo que a literatura francesa se refiere u a otras socorridas colecciones si se trataba de literatura española.
Para trabajar a fondo sobre una obra, un autor, única manera de sentir la necesidad de conocer su época , su mundo había que salir fuera, donde un profesor se podía pasar un semestre estudiando como mucho un aspecto de la novela picaresca española o un autor significativo de la literatura francesa.

Todo esta inútil digresión para decir que el padre en cuestión conociendo como conocía , por encima, a Jules Renard no había leído nada de él. Su hijo le enseñaba que su instinto literario, sin haber tomado apuntes sobre la novela francesa del siglo XX "Le Roman avant 1914", le había llevado hasta esa novela escrita entre la ironía y la indignación, la tragedia y la comedia: "Poil de carotte", con una discreta traducción de Ana Moix, "Pelo de zanahoria".

La curiosidad del hijo le había llevado a saborear la habilidad y los flashes certeros de Renard para pintar con una rara finura , precisión y desgarro la lucha de un niño abriéndose paso en la vida con coraje en un ambiente familiar asfixiador, hostil. No en vano declaraba el autor: "un petit particulier humain, m'intéresse plus que l'humain général".

Ese ha sido uno de los descubrimientos, el otro del que quizá quiera hablará en otro momento, es el descubrimiento del Bartleby el amanuense que retrató con especial penetración en el alma humana Herman Meleville en su "Bartleby,the Scrivener". Podía expresar ahora lo que ha supuesto la lectura de este maravilloso "cuento", pero como el protoganista , en este momento, "preferiría no hacerlo".

Las cartas "muertas" que llegan a diario a las morgues están llenas de anillos, de billetes de banco, de buenos deseos que llegan eternamente tarde...

"...perdón para quienes murieron desesperados; esperanza para los que murieron sin esperanza, buenas noticias para quienes murieron sofocados por insoportables calamidades. Con mensajes de vida, estas cartas se apresuran hacia la muerte.

¡Oh Bartleby! ¡Oh humanidad!" ( Herman Melville: 'Bartleby, the Scrivener')

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