Sin casa

Pues sí, como en la canción , a veces llegan cartas con sabor incógnito que no anuncian en principio buenos presagios. Ayer recibí una de esas cartas. Venía en una especie de sobre que no era tal sobre, sino un papel doblado con un fondo de figuras en gris oscuro, de modo que nadie pudiera ver su contenido al trasluz . Para desplegarlo, había que recortar las dos tiras que señalan a ambos lados sendas líneas de puntos. Nada más ver el membrete sospeché que no se trataba de una felicitación de don Isidoro Álvarez, todavía reinante en la Corte del Inglés.

El susodicho envío provenía de la Secretaría de Estado de Hacienda, Dirección General del Catastro. De nombres así puedes esperar cualquier ‘catastro-fe’ pero seguí leyendo para enterarme. La breve nota , referencias aparte, decía escuetamente

“Se le notifica que esta Gerencia ha procedido a practicar la inscipción del cambio de titularidad originado por la adquisición de la propiedad cuyos datos figuran a continuación, de acuerdo con la información facilitada por la Notaría....”

Firmado: El Gerente Territorial.

En realidad no era nada nuevo, pero este papel era la confirmación fehaciente de que ‘mi’ casa de Salamanca pertenecía ya a otras personas, que cuando volviera a mi ciudad no tendría un lugar propio en que alojarme. En adelante sería un poco ‘extraño’ en mi propia ciudad , un ‘sin techo’ propio. Aquel patio, aquella avenida, los jardines que fueron escenario de mis juegos y encuentros infantiles no serían ya tan míos . “Mi” casa ya no estaría enfrente y no tendría que pasar por ellos cuando regresara.

Desfiló por mi mente la película de cómo había sido testigo de la transformación de ese barrio, de mi barrio. Cuando asistí a la caída de aquella inmensa torre que fue antes una fábrica de cerámica, que luego albergaría a lo que fue mi primer colegio. Sería testigo luego de la construcción del gran edificio que surgiría de las ruinas de un antiguo convento. Entre sorpresas infantiles asistiríamos al descubrimientos de cúbitos, radios, calaveras que los obreros desenterraban de lo que debía haber sido el cementerio del convento. Una impresión extraña para ojos infantiles. Y luego ver cómo los canteros trabajaban a pie de obra con sus mazas , sus cinceles, sus ‘cepillos’, esa arenisca ocre de Villamayor, húmeda recién sacada de la cantera, que se deja trabajar hasta poder rayarla con las uñas. Esta piedra es la que hizo que en Salamanca floreciera el arte plateresco y que la fachada de la Universidad sea como un tapiz primorosamente labrado. Esta piedra es la que da un color cambiante a la ciudad de acuerdo con el paso de las horas y de las estaciones.

Pero yo ya no tengo ‘mi’ casa. Me siento menos libre de poder volver cuando quisiera , sin tener que anunciar mi visita, Ahora tendré que preguntar si hay sitio para mí el día que me plazca, aunque tenga casas que me pueden acoger gustosos. Pero ya no será lo mismo. Perder la casa es sentirse un poco desarraigado, como si te arrancaran parte de tus raíces. Fue en ese barrio donde yo me asomé a la vida un día ya lejano. Sin casa, será un poco menos mi ámbito.
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Fotos:Cantera en Villamayor, canteros labrando la piedra. Botón charro.

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