Aventura de un español en la Corte (del ) Inglés.

He aquí lo que aconteció a D. Zoquete en ese lugar de ‘semanas fantásticas’ y días ‘de oro’. Al sentir que el frío y la lluvia hacían su tradicional presencia con la llegada del cambio de estaciones, decidió darse una vuelta por ese santuario de la moda y del derroche, llamada "Corte (del) Inglés"

Nada más entrar topóse con un a modo de árbol, de tronco y ramas metálicos, de donde colgaban sendas prendas de ésas que el vulgo llama “chubasqueros”. Quedóse nuestro ‘héroe’ observando durante un momento tan raros frutos arbóreos y ,con cautela, fue aproximándose. Descolgó uno, azul, de la rama en que pendía y dijo para sí que no estaría de más hacerse con uno ya que fuera, la lluvia y el granizo estaban dado fe de su fría presencia y él no tenía vestidura apropiada para hacer frente a tan húmedos y molestos meteoros.

En probaduras andaba nuestro español zoquete, cuando acertó a pasar por allí una amable y risueña dependienta , convenientemente uniformada, a quien osó demandar si el tal chubasquero convenía a su talla. Miróle ella de arriba abajo – total el trayecto no era tan largo – de un lado a otro –idem- y dada su enclenquez, la del probante, le aconsejó que probara otra talla más pequeña. Resultó que en aquel azul color la tal talla no existía. El hombre esbozó una mueca de decepción y al observarlo, la sonriente dependienta le sugirió que por qué no probaba en otro color, en el que sí había atuendo pluvial que se ajustara a sus justas medidas. Y le dio a probar uno de color rojo.

- ¿Rojo?, preguntó él, algo extrañado
- ¿ Y por qué no? Replicó la moza, sonriendo.

Añadió además, que el tal color ‘daba más vida’. No se sabe si lo dijo porque encontrara algo fúnebre al cliente o porque su juventud le pedía viveza en los colores.

La frase de la joven le sonó como una especie de reto, descolgó la tal prenda del árbol-perchero, preguntó dónde había un espejo donde poder mirarse y la joven le señaló un espejo alargado que se encontraba detrás de una columna. Allí acudió, y después de mirarse por un lado y por el otro, verificar la longitud y anchura de las mangas, que la cremallera subía y bajaba sin impedimento alguno, que la capucha cubría y enmarcaba conveniente su cabeza y ofrecía la imagen extraña de cualquier encapuchado, se decidió a comprarlo y dijo resueltamente:

- “Me lo quedo”.

Luego, mientras abonaba el importe y la empleada doblaba la prenda y la metía en la bolsa con cuidado, intercambiaron unas palabras sobre los gustos y colores, explicando la joven su predilección por el rojo, de tal forma que el buen hombre acabó convenciéndose de que había hecho la elección apropiada.

Moraleja: En general el hombre español en cuestión de vestimenta y otras compras parece un pato mareado. Sus perplejidades son múltiples y necesita una opinión femenina que le dé seguridad. Si la mujer le sonríe , se muestra segura, logra que el hombre dubitativo se deje convencer de que aquello , que en otro caso le hubiera parecido osado, atrevido , lo tome como elección propia y se siente rejuvenecido en su osadía.

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