Sueños reales

Hoy, no sabe bien por qué, al Náufrago le pareció ver entre los pinos y eucaliptos del bosque de Liencres, a un hombre sentado frente al mar, como meditando. Le pareció conocerle, a pesar de que su traje de motero y el casco que había dejado al lado le engañaron un poco. Al verlo, el ‘desconocido’ hizo un ademán con el brazo como invitándolo a sentarse. Entonces lo reconoció perfectamente, pero el visitante, llevando un dedo a la boca, le rogó que no dijera nada.Luego prosiguió su meditación en voz alta.




- Te extrañará verme por aquí, le dijo, tuteándolo, pero estas escapadas las hago de vez en cuando, cada vez que necesito reflexionar sobre algo, o por otros motivos menos declarables. He venido hasta aquí huyendo de la quema. Literalmente. Como sabrás la cosa, o al menos en mi caso, está que arde. No es que me extrañe, sé que el lugar que ocupo es de prestado, en cualquier momento podría tener que coger las maletas e irme a otro lado. Me lo enseñaron de pequeño. En eso estaba pensando ahora precisamente.

Me estaba viendo en que aquel tren portugués que me llevó una mañana de noviembre de 1948 desde Lisboa a la estación de Villaverde en Madrid. Tenía entonces 10 años. Mis padres me habían acompañado hasta la estación. Me dejaban solo, en compañía de unos amigos de mis padres. Sentí ganas de llorar, pero tuve que comerme las lágrimas. A mi padre no le hubiera gustado verme llorar. No era la primera vez que me dejaban solo. A los 8 años, me vi en un internado de curas en Friburgo, Suiza, sin amigos. Sólo podía salir los domingos para ir al Hotel Royal que servía de hogar a mi abuela Victoria, en Lausana. En el internado me sentía solo, ni siquiera podía recibir las llamadas de mi madre, porque mi padre se lo había prohibido con el pretexto de que tenía que aprender a ser fuerte.

No sé por qué me ha venido a la memoria aquel viaje en que por primera vez descubrí eso que decían que era mi país. Pregunté a quien me acompañaba si toda España era así, porque estaba acostumbrado a otro tipo de paisajes y las tierras que atravesábamos me parecían pobres, áridas, estériles. Alguien me dijo que la culpa la tenía la ‘pertinaz sequía’, pero no comprendí nada. Sólo recuerdo el frío que hacía cuando llegué a Villaverde, recuerdo aquella gente adusta que me esperaba y que, enseguida, en una caravana de automóviles, me llevaron a un cerro que llamaban de los Ángeles, pero que a mí me pareció el más desangelado de los que había conocido. Allí tuve que aguantar una de las muchas misas que me esperaban. Se me hizo interminable. Después la caravana rodeó Madrid y llegamos a una finca llamada “Las Jarillas” donde me quedaría a estudiar. Habían escogido a ocho chavales de mi edad con los que compartiría juegos y estudios.

Tenía varios profesores. Algunos los recuerdo con afecto, como a don Heliodoro, el profesor de gimnasia, que quería hacer de mí todo un atleta. Otros, como el padre Zulueta, había que cogerlo con pinzas. Era un arquitecto metido a cura que me parecía tan distante, y tan altivo como su seca estatura. Me hizo tragar todas la misas, los rezos y rosarios del mundo. Menos mal que entre tanto estudio y tanto rezo, teníamos tiempo de jugar o ir de caza. Recuerdo también perfectamente todas las lentejas , alubias y garbanzos que tuve que tragarme…


En ese momento se detuvo y se preguntó a sí mismo: “¿Pero por qué cuento todo esto?” Y el mismo se respondió. Es cierto que tengo muchos privilegios, que no me falta de nada. No, me equivoco. Me falta lo principal: poder hacer lo que me da la Real Gana. A veces he sentido íntimamente ganas de mandar todo esto al carajo, porque lo que de verdad me apetece, es ahorrarme los conciertos, las recepciones, el aguantar a los sucesivos presidentes que me vienen con los problemas como si yo pudiera arreglarlos cuando desde pequeño me enseñaron a mirar, a escuchar y a callarme. ¿Se puede llamar a eso ‘vivir’? Pues aquí estoy, haciendo lo que me enseñaron, pero ahora, cuando veo que me queman, cuando me hacen el causante de todos los males, siento unas ganas enormes de coger el petate y salir pitando. Me gusta vivir y creo que podría apañármelas. En este momento se levantó, se caló el casco y con una sonrisa cómplice dijo al Náufrago:

- “ No has visto nada. Todo lo que crees haber oído es un sueño. Es fruto de tu imaginación. ¿O te crees que un Rey te va a contar a ti sus secretos?”

Arrancó la moto que dejó una densa nube de polvo en aquel camino de piedras y de arena. Desapareció la estela de polvo pero ya no vio nada. La verdad que el Náufrago tendrá que hacerse revisar un poco, porque últimamente desvaría un poco.
---------------------------------
NOTA: Para ver mejor las imágenes, pinchar en los dibujos.
Fuente: "El franquismo año a año" Biblioteca El Mundo

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Los dibujos son muy "Heavys" jajaajaja, y el detalle de la moto en tu texto es un puntazo. Besos
Anónimo ha dicho que…
Querido 'Gatín', hace mucho tiempo que te debo algunas palabras. Ya sé que andas muy ocupada haciendo encuestas 'cordiales' y otras muchas tareas.

Por lo que a esos gráficos que tu encuentras 'heavy', he de decirte que reflejan una realidad que a ti te puede parecer estratosférica, pero así era aquella España de misas, rosarios, de izar y arriar banderas,de garbanzos y lentejas, cuando los niños rezaban el "Jesusito de mi vida..." antes de irse a la cama.

Desde la distancia pueden resultar muy extrañas. A pesar de todo hemos sobrevivido y nos ha servido para aprender muchas cosas, entre otras que no se nos regaló nada.

Pero ya está bien de batallitas, ahora toca librar otro tipo de 'batallas'.

Me alegra leerte, polvorilla. Un beso "de padre y muy señor mío" :-)

Entradas populares