Santoña


No pregunten demasiado al Náufrago por qué hace ciertas cosas, a lo mejor le ponían en un apuro y no sabría darles una 'razón' racionalmente satisfactoria. Si alguien se ha dejado guiar por esas fuerzas secretas que maneja el azar quizá pueda comprender por qué esta mañana el Náufrago ha cogido el coche y durante un par de horas se ha paseado por la villa santoñesa.

Para dar alguna 'razón' de tan breve visita podría excusarse diciendo que había acudido atraído por el reclamo de "La feria de la Anchoa y Conserva de Cantabria". Quizá fuera un motivo, pero no del todo determinante, porque fueron unos segundos los que tiraron de él hacia allí, lo mismo que con parecida fuerza podrían haberle conducido a cualquier playa o al bosque. No siempre las decisiones, al menos algunas de las que toma el Náufrago, se deben a una larga y razonada reflexión. Los impulsos juegan una parte importante en la toma de decisiones y a veces éstas son las que al final más le satisfacen.


Así cayó en Santoña, ciudad conservera por antonomasia, que dirían los viejos cronistas, a media mañana. Lucía el sol pero un fino viento del este se colaba en el cuerpo del Náufrago, sensible a fríos y calores. Si tuviera que explicar los sentimientos que esta villa marinera le produce cada vez que la visita, necesitaría cierto tiempo para desentrañarlos, aparte que no son los mismos y han ido variando con los años y las circunstancias en que la ha visitado.


Sí hay una sensación común y muy personal en todas la visitas. Para él la villa es una interminable tasca, con perdón. Quiere decir que lo que más salta a su vista es la cantidad de bares, cafeterías, tabernas, mesones, chiringuitos o como quiera que se les llame. Es cierto que la inmensa mayoría de sus visitas coinciden en días festivos y eso quizá contribuye a que en cada calle encuentre puertas abiertas con barras llenas de pinchos, raciones y tapas con toda la variedad de frutos que la gente de este pueblo arranca al mar.

Otra de las sensaciones que siempre le acompaña cada vez que en ella desembarca es el contraste que ofrecen los tres 'escenarios' que para el Náufrago componen la villa: el dédalo intrincado y algo agobiante de sus calles, el amplio paseo marítimo que abre su horizonte hacia su bahía y los montes que la protegen. Siempre ha sentido esa sensación y desde luego , después de perderse en sus calles, más bien feas, siente necesidad de bajar hasta el muelle y si tuviera tiempo, alguna vez lo tuvo, subir al Buciero.

Hoy la visita se ciñó a recorrer , decenas de veces, el recinto de la Feria, admirar la cantidad de diversos productos que en ella se ofrecen y degustar, patés, anchoas, boquerones, sardinas, mejillones, atunes, bonitos y demás conservas. La visita, como es natural, terminó en cualquier bar junto a un vino y unas anchoas y el Náufrago comido y bebido volvió a sus afanes.

Comentarios

Entradas populares