Chez le Boulanger

DE CÓMO NO SE DEBE COMPRAR UN ORDENADOR EN UNA 'PANADERÍA'

Tengo la impresión de que el Náufrago ha vuelto a su isla con afanes reivindicativos y no creo que sea demasiado aconsejable, dado su estado, edad y condición que requieren paz, sosiego, bienestar y, a ser posible, buen humor. Total, está en la fase de disfrutar de la vida, sin el incordio de la maldición edénica de ‘ganar el pan con el sudor de tu frente’. Ha llegado el momento de ganar esos mendrugos con el sudor de los “de enfrente”, los que están al lado o algo más lejos.

Lo digo porque hoy, después de la carta de la señora Consejera de Educación, ha comprobado la exquisitez con que algunas empresas, Grandes Superficies comerciales, o cosas similares, tratan a los clientes una vez que les han endosado sus ‘productos’. El servicio de “Atención al Cliente”, no parece, al menos en algunos, el más cuidado y tratan al susodicho poco menos que como a alguien molesto si reclama o pide explicaciones por algo que no llega a entender.

Por lo que sé y, resumiendo, hace hoy exactamente 21 días dejó en el establecimiento Boulanger de su ciudad un ordenador portátil, Compaq Presario, con menos de un año de uso, porque no reconocía su lector de DVD. En el momento de la entrega le dijeron que podría ser una cuestión de ‘configuración’ (?) o de fallo del lector, en cuyo caso tendrían que enviarlo a la ‘casa’(léase H.P. Y , por favor, no malinterpreten las siglas). Si esto fuera así, sería avisado cuando el portátil volviera a la tienda, ya ‘curado’.

Transcurrieron días, semanas, desde aquel 17 de septiembre. Pasado un tiempo prudencial volvió a interesarse por el aparato ‘inlectorado’. La llamada a la atención al cliente, remitida de número en número de teléfono, hubo que cortarla pasados los 8 ó 10 minutos de los famosos “en estos momentos todos nuestros operadores etc…”. Días después se pasó personalmente por el centro comercial en el que sólo pudieron decirle que “había sido remitido a la H.P. casa”.

Seguían pasando los días y el 9 de octubre por la mañana habló de nuevo por teléfono al servicio de Atención al cliente y una voz femenina le aconsejó que llamara por la tarde porque “ el que lleva esto sólo trabaja por la tarde”. Eran las 5 en punto de la tarde cuando el Náufrago volvió a llamar. Esta vez se puso al teléfono “elquellevaesto”. El Náufrago le preguntó qué había de lo suyo (refiriéndose al ‘Presario’). La respuesta fue que ya estaba allí. Al preguntarle por qué no le habían avisado como le habían anunciado, “elque etc…” respondió que habían tenido ‘problemas de línea’ y no podían haber notificado la llegada del interfecto. Ingenuamente el Náufrago preguntó qué problema de líneas era ése, si él estaba hablando con “elque etc.” a través de una línea de teléfono y añadió que no le parecía una explicación de peso.

- “¿Le parece poca razón de peso la que le he dado?” respondió “el…”, con tono entre chulesco y perdonador.

El Náufrago, no quiso prolongar un diálogo que iba camino de convertirse en el diálogo de besugos en que suelen derivar las sinrazones y se fue directamente al establecimiento a retirar su Compaq. Después de que la señorita que debía atenderlo, enfrascada en una interensantísima conversación sobre un frigorífico que no ‘frigorificaba’, se dirigió a él para ver qué deseaba y le explicara el motivo de su presencia, apareció el joven anaranjado de las contundentes “razones”. Vuelta a insistir en el problema de las líneas, vuelta al no entenderlo del Náufrago, hasta que pidió la Hoja de reclamaciones. Nueva espera a que la joven terminara de atender a una señora portadora de una batidora que no rulaba y a que saliera la famosa Hoja de la impresora.

Preguntóle el Náufrago que dónde podría escribir porque no veía ningun sitio adecuado. La señorita le dijo, no de muy buen grado: “ ¡Aquí!”. “Aquí”, era un mostrador bajo en el que aún estaba la famosa batidora y cuyo relieve era un plástico negro hecho de redondelitos que sobresalían con lo que escribir sobre ese ‘fondo’ era como escribir sobre un tobogán de sube y baja. Al señalarle la imposibilidad de escribir allí le pasó, de no muy buena gana, una especie de carpeta que sirviera de apoyo.

Sentóse el Náufrago, con el buen humor que se le supone ante tanta amabilidad y atención al cliente, a escribir el relato de los hechos y los pormenores correspondientes. Entregó la hoja a la amable operaria quien selló su hoja, la fotocopió, y entregó al ‘cliente’ la parte correspondiente de su hoja de agravios.

Salió de Boulanger el reclamante haciendo para sí las consideraciones correspondientes y con la decisión irrevocable de que nunca más adquirirá un producto ‘Boulanger’. Sólo después de un rato, se dio cuenta de su error. Al fin se dio cuenta de que la culpa era suya, por no saber idiomas.

Nunca se les ocurra comprar en una ‘panadería’ ( “Chez le Boulanger” ) un ordenador portátil.

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