El Náufrago entra en la sauna

Pues resulta que una de las más decididas decisiones que tomó el Náufrago al pasar a mejor vida,fue que tenía que dedicar una parte de su tiempo a nadar, que es lo suyo. Le gusta meter la cabeza debajo del agua, igual que otros la meten debajo del ala. En principio aprovechó y, lloviera o luciera el sol, iba a la playa. Así lo hizo a lo largo del verano que, la verdad, tuvo más de otoño desvaído, que de verano, verano.

De modo que, en cuanto llegó septiembre, decidió a apuntarse en algún sitio que tuviera una piscina para seguir practicando el arte natatorio. Lo hacía por gusto y también porque las ‘estructuras’ empiezan a crujir y hay que hacer algo para que no canten demasiado. Encontró pronto el sitio adecuado. Desde entonces, una de sus ocupaciones, la primera, entre las muchas que tiene, es la de ir a uno de los ‘espacios de bienestar’ del “HDHsportgrupo”. De esta manera, además de poder disfrutar de las actividades en cualquiera de los tres centros que componen el grupo, dispone de una serie de servicios, muchos de ellos aún no utilizados. Además de la piscina, objeto principal de sus deseos, en el menú puede elegir entre el fitness, el área cardio Technogym, sauna, baños turcos, rayos UVA, centro de fisioterapia, servicio de entrenador personal… Estos tres últimos previa consulta de tarifa.

El Náufrago que es hijo de la postguerra y el primer bañador que usó se llamaba taparrabos, no ha frecuentado demasiado estos nuevos templos de culto al Dios cuerpo. La verdad es que su dios corporal tampoco está para demasiadas adoraciones, pero no obstante sigue creyendo en el viejo adagio de ‘manzana in corpore sano’.

Asistir a estos centros ha supuesto para el Náufrago tener que aprender una serie de ritos, hábitos y destrezas que, aunque parezcan simples a los iniciados o habituales, no lo son tanto para un neófito en estos menesteres. De momento, prefiere andar pasito a paso, observar, preguntar lo imprescindible e ir aprendiendo lo elemental. Así, lo primero que intentó aprender, en cuanto le dieron su tarjeta “HDH” es aprender a meterla, es decir, introducirla en en el sitio correspondiente, de la forma adecuada:

- “ La foto hacia la pared, y después la mete”. Le indicó la amable recepcionista.

Así lo hizo puso su cara hacia la pared y con cuidado la fue introduciendo. Ahora sí, lo había conseguido. Se alzó el rodillo y pudo entrar al recinto sagrado. Pero el susodicho salvoconducto tiene otras aplicaciones que también ha ido adivinando. Las taquillas donde los fieles deben guardar sus vestimentas mundanas mientras practican el culto, también necesitan de la dichosa tarjeta si queremos que la llave obedezca al momento de hacer clic. La primera vez, dejó la puerta abierta porque no había manera de que la dichosa llave cerrara. Luego observó con más cuidado y vio que había una especie de receptáculo por la parte interior de la taquilla con una ranura y dedujo que debía ser para introducir la dichosa tarjetita.

En efecto la introdujo, giró la llave y ¡oh milagro de los dioses deportivos! la puerta quedaba cerrada. Orgulloso de tanto adelanto, ya no se equivocaba de puerta cuando tenía que acceder a los vestuarios, sabía cuál era la puerta que conducía a la piscina, la que conducía al gimnasio y dónde se encontraban las duchas, los lavabos, las saunas o los baños turcos… Una vez aprendidos los ritos balnearios decidió dar un paso más y , aprovechando un momento en que la sauna estaba vacía, entró dentro. Se sentó, curioso, en aquellos bancos y esperó a ver por dónde salía Miss Sauna. Los que sí aparecieron fueron dos ‘sauneros’, expertos, que se asentaron en los bancos. El Náufrago observaba cómo el más veterano cogía agua de un cubo con una especie de cazo y la echaba sobre las brasas del rincón. Dedujo que el ambiente no estaba lo suficientemente ‘vaporizado’ y había que elevar el nivel de humedad. Habló con el ‘experto’ un poco, procurando no parecer demasiado ‘cateto’ y así pudo escuchar sabios consejos y de cuál era sus hábitos. Entrar, ‘atizar el fuego’ si fuera necesario, estar un rato y cuando se sintiera muy seco, ducharse un poco y repetir el rito.

El Náufrago tomó nota. La próxima vez ya entró más seguro y no esperó a la aparición de Miss Sauna. Observó que había un ‘saunero’ tendido a lo largo de uno de los bancos, apoyada la cabeza en en una especie de almohada/tabla. Esperó a que saliera, tendió su toalla , echó agua al fuego, recostó su cabeza en la tabla/almohada y empezó a sudar como un pato. Luego, muy digno, se encaminó hacia la ducha, oyendo trozos de conversación que deben ser propios de estos centros entre hombres ‘culturizados’.

  • -“ El jueves que viene me voy a Punta Cana
  • - “Hostias, joder" soltó el otro. No te privas de nada
  • - “Me voy solo”, añadió el ‘viajero’.
  • - “Cuidado con las pibas”, oí que decía el compañero, uno de esos que lucen un pecho más ancho que un armario, y los músculos perfectamente dibujados.

El Náufrago pensó para sí si hacía bien abandonando temporalmente la isla para meterse en en estos templos. Apretó el botón de la ducha y dejó que el chorro de agua se distribuyera por todo su cuerpo ‘saunizado’. Después del calor de los vapores de la sauna, el agua de la ducha, aunque caliente, le parecía algo fría, hasta que fue aclimatándose.

Aún le queda por descubrir todos los misterios y ritos del fitness. Pero no hay prisa. Todo llegará, a su tiempo.

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