De Instamatic a Olympus.-

By DOUCE

No se dejen engañar por los títulos, porque suelen ser, como yo, algo perrunos. En realidad más que de un viaje quería hablarles de los avatares o vicisitudes que le han ocurrido a mi papá con la fotografía y los aparatos fotográficos. Le gusta eso de mirar y tratar de expresar en imágenes aquello que ve. Que lo haga bien o mal es otra historia y no voy a ser yo quien la cuente.

Más que de su afición por el mundo de la imagen quiero hablar de lo que le ha ocurrido con esos aparatejos o cámaras (oscuras). La historia podría empezar cuando en los 70 se costeó su primera Instamatic y disparó a diestro y siniestro flashes que iban desde las orillas del Tormes a la rivière gauche del Sena.

Llegados a este punto y viendo que si le dejaba explayarse lo mismo se remontaba a Adán y Eva, le dije que a lo que a mí me interesaba es lo que había hecho con sus últimas cámaras, que dejara su Instamatic, sus Canon y demás y que fuéramos al grano.

El Trocadéro (Paris)

Entonces me empezó a contar que hace dos años , como buen cateto, subióse por sexta o séptima vez a lo alto del Trocadéro, para lanzar unos flashes sobre la Torre Eiffel y fotografiar a los patinadores que hacen piruetas por la plaza. Ingenuo, o naïf si lo prefieren, aunque lo que mejor le siente es lo de ‘gili...eso’, después de su 'safari fotográfico' se dirigió hacia la primera boca de metro para regresar al centro.

- “ Es natural - me cuenta - que en pleno mes de agosto, a las 6 de la tarde, el metro sea un hormiguero codiciado por los codiciosos de lo ajeno... Que te peguen empujones, golpes violentos, te parece la natural ‘cortesía’ parisina.Tampoco puedes removerte, volver la cabeza para ver quién es el ‘gentil’ que tan violentamente te empuja. Te puedes encontrar con una jeta que todavía puede espetarte que por qué le empujas. O sea, que sigues sin inmutarte demasiado. En la estación siguiente el vagón se vacía un poco. Seguramente el que empujó hace un rato ha hecho ya su ‘recorrido’. Más desahogado echas mano a la bolsa y dices: “¡¡ La cámara!!”, te entra un pequeño estremecimiento causado por la duda, el vacío, la sorpresa... Tardas unos segundos en reaccionar, te quedas blanco, has terminado de rebuscarte, palparte, tocarte por todas partes ... y NADA. En ese momento va apoderándose de ti la impotencia, la rabia, los desconsuelos. Y de nuevo la incredulidad sobre lo que ha pasado. Empiezas a pensar en que habrá que comprar otra, con el consiguiente cabreo. Por un momento te olvidas de la cámara y piensas en las últimas fotos que sacaste, aquellas que querías volver a ver y poder enseñar. Dejas que el tiempo con mano suave, vaya borrando poco a poco todas esas sensaciones. Pero vuelve, una y otra vez, por más esfuerzos que hagas en aceptar lo irremediable...”

Esto es lo que me contó mi papá. Al recordarlo vuelve a quedársele la misma cara de cateto. Pensarán ustedes que con esta experiencia ha quedado ya vacunado y tiene más cuidado de sus cosas... Pues están muy equivocados, la capacidad de despiste, descuido, ingenuidad y gilipollez de este individuo es casi infinita, por no decir infinita del todo.

Un bar cualquiera

Les cuento brevemente el último ‘descuido’. Entra en un bar y pide una caña. Entra con su hijo que se dirige al baño. Está en la esquina de la barra, sólo queda un puesto a su derecha para una rubia, debe rondar los 50, que toma una caña y su ración de calamares. Deposita la cámara encima de la barra, un poco a su derecha, y se sienta dando la espalda a la dama. Vuelve su hijo, charlan. Entretenido, no se da cuenta de cuando la dama paga su consumición y abandona el bar. Siguen charlando. Paga su cuenta. Camina unos 50 metros y se acuerda de su cámara. Vuelve rápidamente al bar, pregunta a los camareros si han visto, o alguien les ha entregado, una cámara de fotos. Se miran entre ellos, pero ninguno sabe nada. Ingenuamente pregunta al que le sirvió si la rubia de las rabas es clienta habitual del establecimiento. El camarero no sabe nada. Él, en su angelical bobería, piensa ya en la cuarta.

La tercera es un regalo, un regalo de alguien que quisiera que fuera su última cámara, que no le gustaría que esa cámara despareciera y menos de una manera tan estúpida como las dos anteriores. Él también lo desea, pero no hay ‘seguro’ que pueda garantizar que su infinita estulticia haya tocado fondo y que la sagacidad de los amantes de lo ajeno desaprovechen los ‘despistes’ de gente como ésta.

Es mi papá, yo le conozco. Si yo pudiera acompañarle a todos los sitios, le daría un buen mordisco en cierta parte cuando los ‘despistes’ amenazaran con alguna aventura de éstas.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Un poco más de indulgencia, Douce.

Los artistas y los genios en su mayoría son así, despistados, confiados e inocentes.

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