En el umbral de Umbral


Lo miró. Desde el primer momento su mirada se sintió atraída como por un imán. Estaba ahí llamándole con sus ojos de búho tras sus inmensas gafas. No sabía dónde concentrar su mirada, si en esos ojos que le miraban como una invitación a que recorriera despacio aquel cuerpo perfectamente desproporcionado que pugnaba por mantenerse tieso sentado en aquel sillón cual una nueva Emmanuelle. Las piernas informes, como dos tablas que no llevaran grabadas ninguna ley, cruzadas en la cruzada más insólita del pudor o de la vergüenza. Una boutade fotográfica. Las manos posadas sobre un muslo fugado de todos los gimnasios, detenidas en un muslar momento, los brazos huérfanos de pesas y de halteras enmarcan un pecho en su cuadratura otoñal.

Esta imagen, iluminada por sendas lámparas proyecta su luz sobre su figura sedente, ansiosa de no pasar desapercibida. Siempre ha necesitado que los focos estén pendientes de él, acudirá a los sitios para pedir a Mercedes ‘hablar de su libro’. No sería nada sin ‘su libro’, sin su palabra. La palabra es el ‘umbral’ que rara vez permite traspasar y descubrir el ser desvalido que se oculta en el interior de la casa, sentado en la mesa camilla donde escribe, en una habitación que se abre a la luz, al jardín, a las ardillas y a los árboles. Su mundo interior , sus “Historias de amor y viagra” sólo las conoce su gata. Él también es un felino tímido dispuesto a enseñar sus garras-boutade si alguien quisiera descubrir una infancia huérfana del cariño de un padre.

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