Mis vecinitos

By DOUCE

Mi primer paseo matutino da para muchas reflexiones, además de objetivos más urgentes y necesarios. Ya he dicho en esta bitácora en la que trabajo como becaria, aunque últimamente haya pasado a un segundo plano, que soy la principal relaciones públicas de mi papá que a veces se muestra un poco cardo.

Esta mañana al ver que yo no lo seguía y que me había quedado un poco rezagada fue adonde yo estaba y vio que teníamos nuestras ‘charlas’ Mori y yo. Mori es una pequeña scottishterrier que vive en el segundo y que hace poco ha sido mamá. Yo me interesaba por cómo se encontraba, le pregunté dónde estaban sus hijos..., en fin, cosas nuestras, de perritas. Entonces apareció él y le hizo unas cuantas cucamonas a Mori sin que ésta le hiciera mucho caso porque tenía olores más importantes a los que atender.

Los ‘hermanos’ de Mori, me refiero a los niños que se ocupan de ella son nuestros vecinos del segundo, que por cierto tienen admirado a mi papá, porque según me ha contado son los niños, más amables, más simpáticos, más sensatos a la vez que más ‘niños’ de verdad, que ha conocido en mucho tiempo. Deben de tener, calculo, nueve y siete años, más o menos. A mi papá le gustan sobre todo por la naturalidad infantil y al mismo tiempo responsable con que se manifiestan. Lo mismo ves al niño hacer la compra, y al volver comiéndose, como buen niño, el cuscurro del pan, que a él o a su hermanita bajando a Mori y sus hijos a hacer su paseíto antes de ir al colegio.

Esta mañana, cuando mi papá se acercó a ver que hacía yo, le preguntó a Susana qué había pasado con los hijos de Mori. La niña con la mayor naturalidad y sensatez del mundo le explicó que los habían regalado, uno a un familiar y la otra a unos amigos. Mi papá le preguntó cómo se habían sentido ellos y Mori al quedarse sin hijitos. La niña le explicó que habían esperado dos meses y que primero regalaron al hijo para que Mori no sintiera de repente la ausencia de los dos. Luego, cuando vieron que ya se había adaptado regalaron el otro.

Mi papá, que es un curioso, quiso saber cómo se habían sentido ellos. Susana, con su natural y sensatez dijo que lo habían sentido mucho, pero lo que más le interesaba era cómo iban a tratarles en sus nuevas familias. Hablaba con la responsabilidad de un adulto y con la ingenuidad infantil al decir que su mamá también se había sentido aliviada al ‘no tener que andar quitando sus caquitas’.

Mi papá, que tiene bastante de infantil, se quedó admirado una vez más de esa mezcla que últimamente no ve en muchos niños. O bien son unos repipis o unos maleducados, porque sus padres deben andar muy ocupados a ver cuándo cambian de coche o cuánto les falta para meterse en un ‘acosado’ de ésos.

Además para completar el buen sabor de este encuentro, vio que el suelo del ascensor estaba cubierto con un gran cartón que le cubría y se admiró una vez más. Por fin algún pintor, albañil, fontanero, ventanero o lo que fuese, había pensado que cuando se suben sacos de cemento, se bajan escombros, se suben botes de pintura o se recoge basura, no es necesario de dejar “huellas” hasta que el conserje el próximo día, o el próximo lunes, si las obras se hacen en un fin de semana, vuelva a limpiar el ascensor. Le oí recitar una especie de jaculatoria que no entendí muy bien.

- “Benditos los limpios y bien educados porque nos harán la vida... ” No entendí bien lo último que dijo. Ya le preguntaré.

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