Callejeando

Mi amigo Jaime Viandante suele dar un paseo por la calle a media mañana. Digo ‘la calle’, porque Santander, la ciudad en que vive, se diría que es una sola calle que va de un extremo al otro de la ciudad, siguiendo la línea del mar, el contorno que señala su bahía.

Aprovecha su tiempo de júbilo para hacer mil recados, o se los inventa , para poder dar ese paseo, sin demasiadas prisas, y de paso tomar el pulso de la ciudad, o al menos de esa parte de la ciudad. El corazón de esta pequeña urbe palpita por esa calle de mil maneras, en los cientos de personas que van, vienen, se sientan en los bancos, miran los escaparates, se detienen un momento para hablar con los amigos, van a sus negocios, tienden la mano pidiendo una limosna , tocan por enésima vez “Juegos prohibidos’ a la guitarra...

Ahora que se acerca el verano las muchachas escogen sus vestidos más frescos, suben sus faldas, amplían los escotes, alargan sus piernas, es una floración de veraniega sensualidad. La gente parece más alegre, como si de pronto reviviera y se olvidara del trabajo y fuera ya todo proyectos de vacaciones veraniegas. Los más viejos ven pasar la vida delante de sus ojos cansados, de sus pies torpes, de sus brazos que se apoyan en bastones lazarillo. Dos invidentes siguen la ruta que le marcan sus dos perros guía que caminan dócilmente decididos, abriendo a los dos jóvenes , chico y chica, que confían su caminar a sus dos inseparables amigos.

Jaime ve un pequeño cartel en la acera, enfrente, un anciano que ha sobrepasado ampliamente los setenta años , si no alcanza ya los ochenta. Tiene el pelo blanco, barba y bigote bien cuidados , gafas y una gorra que le protege del sol. Está cuidadosamente vestido y no tiene aspecto de mendigo vagabundo. Juan , se detiene un momento y lee:

“ MAYOR, SIN MÁS RECURSO

QUE SU AYUDA. GRACIAS”.

Lo piensa un poco antes de agacharse y dirigirse al anciano demandante de ayuda que está sentado en una pequeña banqueta de lona y alambres. Cuando está a su altura le pregunta :

- ¿No recibe ninguna pensión?

- No, estoy tratando de arreglarlo. Soy de Ferrol y allá me dirijo para ver si lo consigo.

- ¿ Está de paso? ¿De qué vive?

- De lo que me dan

Jaime, quiere creer que es verdad lo que le dice. Ni el aspecto, ni los modales, ni siquiera el cartel que está delante de él, dirían que se trata de alguien que se busca extrañamente la vida. Y si así fuera ¿ qué importa ? Los euros que deja en su ‘bandeja’ no aliviarán su desamparo. Apenas si es un gesto. No acaba de entender qué sea para muchos la palabra VIDA
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