Una visita al ‘Vete’ (veterinario)

By DOUCE

Hoy me ha llevado mi papá a la clínica del ‘vete’ para que me examinara. No me gusta mucho ir a ese sitio, pero él dice que es aconsejable que vaya de vez en cuando. Así que, aunque sin ganas y a pesar de la lluvia, fuimos a la consulta. De todo esto, lo que peor llevo son las esperas. En realidad, no sé si es a mi papá o a mí, a quien eso de esperar le revienta.

Al llegar, había en la sala una señora, una chica joven y un señor de mediana edad, con dos gatos. Yo hubiera preferido encontrarme con algún perrito, porque son más divertidos y tienen ‘más conversación’. Los gatos no hacen más que mirarte con recelo. Uno de los felinos era un gran gato persa, blanco, que sostenía la señora en sus brazos. Desde la altura me miraba con cierta superioridad, como diciéndome: “fastídiate, tú ahí por los suelos, como un paria, y yo, aquí en este ‘trono’, como un rey”. No le hice caso, porque ante petulancias necias, lo mejor es la ignorancia y seguí husmeando por la sala, acercándome a la chica joven y al señor para que me acariciaran. Luego me senté y me puse a hacer mis reflexiones perrunas. El otro gato estaba encerrado en una jaula de plástico, con forma de bolso. De vez en cuando, la chica le abría la puerta y se podía ver la cara de un gato con rayas que se parecía a mi amigo “Calcetines”.

En mis reflexiones pensé en lo poco que se preocupan por nosotros, los verdaderos ‘usuarios’, en estos sitios. Además somos los que les damos de comer. Bastante bien por cierto. Cincuenta eurazos, dos pinchazos. En la sala de espera todo está pensado para las personas: tele, cuadros, revistas, sillas…Para nosotros, si queremos descansar después de algunos olisqueos, sólo nos queda el put…, perdón, el santo suelo. Así que ahí me tienen, sentada en el frío terrazo. Además en la tele, en lugar de poner algún programa de perritos o animales hay que tragarse un culebrón venezolano o colombiano, con chicas muy chéveres y tíos cachas e historias infumables.

Llamaron a los gatos y nos quedamos mi papá y yo, dueños de la sala. Mientras mi papá leía y escribía yo seguía filosofando. Luego llegaron un señor, su hija de unos 9 ó 10 años y un perrito un poco birria pero vivaracho. Pensé que podríamos hacer amistades, pero al ‘chiquitín’ debí asustarle un poco, se metió debajo de la silla y asomaba sus ojos vivarachos entra las piernas de su papá. Como vi. que no había ‘plan’, me volví a sentar y no hacíamos más que mirarnos el uno al otro.

Siguió la espera, porque este vete mío se tira más de media hora con sus pacientes. Prefiero mil veces ir a la ‘pelu’. Allí te reciben con más cariño, te regalan golosinas, te hacen carantoñas y además no te pinchan. Porque aquí, el vete, vestido con su bata blanca te examina por todas partes, te palpa, te mete un tubo por el culito y luego habla muy serio con mi papá, te planta dos banderillas… y a pasar por caja. En fin, lo que se dice un coñazo.

¡Ah!, por cierto, poco antes de que me llamara el 'vete' para pincharme, apareció en la tele un anuncio con ese Pancho, el del Bote de la Primitiva. No sé por qué, pero estos perros redichos, muy simpáticos, sí, me caen un poco gordos. No piensen que es envidia. Yo me siento muy bien tal como soy. Aunque pensándolo bien, si lo encuentro por ahí con sus millones, a lo mejor llegamos a un acuerdo...


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Pues a mí Pancho me encanta.
Lo que pasa es que tenía un dueño un poco ...... , con acento en la "o", por supuesto.
Douce ha dicho que…
También a mi me gusta verlo, lo que me fastidia es que algunos amos exijan que todos seamos igual que Pancho, sólo para satisfacer su vanidad.

No es Pancho el que me disgusta, es el 'cabrón' y pánfilo de su amo

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