Salamanca, piedra viva
À LA RECHERCHE DU TEMPS PERDU
Alguien, quizá, alguna vez, puede haberse preguntado por qué el Náufrago vuelve una y otra vez a Salamanca. También él se hace a menudo esa pregunta, sin acertar del todo a encontrar la razón íntima que le impele a ese retorno. ¿Qué busca el Náufrago en ese incesante retornar a la ciudad donde se perdió su infancia? ¿Encontrar el tiempo perdido entre sus jardines y sus calles? ¿O más bien ir al encuentro de un amor apenas iniciado? Como si, amante, volviera para decirle al ser querido todas aquellas cosas que por inexperiencia o ignorancia no tuvo tiempo, no supo, o no estaba en condiciones de expresarle.
El caso es que cuando abandonó por primera vez su ciudad, acababa de cumplir los trece años .Recuerda perfectamente el tren que lo raptó y lo llevó, sin saber muy bien por qué, a tierras de mar y verdes. Tierras nuevas para él, allá donde desemboca el Miño mientras los maizales cortejan su curso. Deberían pasar otros trece años, para que el Náufrago regresara, temporalmente, a la ciudad de sus juegos. Porque eso fueron fundamentalmente los primeros trece inconscientes años del amor primero. Tan niño era y tan indiferente a la historia y la vida de su amante, que sólo le pesaban la altivez de sus torres, la severidad de sus costumbres, el frío intenso de sus inviernos y otros avatares que acunaron o bambolearan su infancia.
Pongamos todo eso como pretexto para perdonar tanta indiferencia y tanta ignorancia. Añadamos que más que la monumentalidad de sus piedras, los rincones de su historia, el misterio de sus leyendas, el rumor de las preces, la severidad de sus costumbres, otras atracciones más leves ocupaban sus horas. Aparte de los afanes escolares, sus juegos era el mundo que vivía intensamente. Y aquel parque de San Francisco, enfrente de su casa, su escenario vital. Conocía perfectamente todos sus rincones, el más recóndito escondite del seto donde agacharse antes de que sonara el …" ¡que va, y que fue!”. El parque de los primeros besos, de los primeros hallazgos ‘misteriosos’, del presenciar unos extraños desfiles de mujeres del barrio prohibido… Demasiados ‘tirables’, demasiadas ‘carreras’ de chapas, demasiados ‘clavos’, demasiados ‘guardias y ladrones’, demasiados ‘guás’, para reparar en piedras venerables, en antiguas leyendas, en viejas historias, en enconados bandos, en doctas lecciones…
Por eso, ahora, cada vez que el Náufrago vuelve a la ciudad, trata de reencontrar el tiempo ‘perdido’ (?) para hallar un amor nuevo. Un amor sereno y maduro. Apacible, cálido, rico en sensaciones. Un amor que crece y crece al conocerse mejor.
"Alto soto de torres que al ponerse
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo
¡mi Salamanca!"
Miguel de Unamuno
tras las encinas que el celaje esmaltan
dora a los rayos de su lumbre el padre
Sol de Castilla;
bosque de piedras que arrancó la historia
a las entrañas de la tierra madre,
remanso de quietud, yo te bendigo
¡mi Salamanca!"
Miguel de Unamuno
Alguien, quizá, alguna vez, puede haberse preguntado por qué el Náufrago vuelve una y otra vez a Salamanca. También él se hace a menudo esa pregunta, sin acertar del todo a encontrar la razón íntima que le impele a ese retorno. ¿Qué busca el Náufrago en ese incesante retornar a la ciudad donde se perdió su infancia? ¿Encontrar el tiempo perdido entre sus jardines y sus calles? ¿O más bien ir al encuentro de un amor apenas iniciado? Como si, amante, volviera para decirle al ser querido todas aquellas cosas que por inexperiencia o ignorancia no tuvo tiempo, no supo, o no estaba en condiciones de expresarle.
El caso es que cuando abandonó por primera vez su ciudad, acababa de cumplir los trece años .Recuerda perfectamente el tren que lo raptó y lo llevó, sin saber muy bien por qué, a tierras de mar y verdes. Tierras nuevas para él, allá donde desemboca el Miño mientras los maizales cortejan su curso. Deberían pasar otros trece años, para que el Náufrago regresara, temporalmente, a la ciudad de sus juegos. Porque eso fueron fundamentalmente los primeros trece inconscientes años del amor primero. Tan niño era y tan indiferente a la historia y la vida de su amante, que sólo le pesaban la altivez de sus torres, la severidad de sus costumbres, el frío intenso de sus inviernos y otros avatares que acunaron o bambolearan su infancia.
Pongamos todo eso como pretexto para perdonar tanta indiferencia y tanta ignorancia. Añadamos que más que la monumentalidad de sus piedras, los rincones de su historia, el misterio de sus leyendas, el rumor de las preces, la severidad de sus costumbres, otras atracciones más leves ocupaban sus horas. Aparte de los afanes escolares, sus juegos era el mundo que vivía intensamente. Y aquel parque de San Francisco, enfrente de su casa, su escenario vital. Conocía perfectamente todos sus rincones, el más recóndito escondite del seto donde agacharse antes de que sonara el …" ¡que va, y que fue!”. El parque de los primeros besos, de los primeros hallazgos ‘misteriosos’, del presenciar unos extraños desfiles de mujeres del barrio prohibido… Demasiados ‘tirables’, demasiadas ‘carreras’ de chapas, demasiados ‘clavos’, demasiados ‘guardias y ladrones’, demasiados ‘guás’, para reparar en piedras venerables, en antiguas leyendas, en viejas historias, en enconados bandos, en doctas lecciones…
Por eso, ahora, cada vez que el Náufrago vuelve a la ciudad, trata de reencontrar el tiempo ‘perdido’ (?) para hallar un amor nuevo. Un amor sereno y maduro. Apacible, cálido, rico en sensaciones. Un amor que crece y crece al conocerse mejor.
Comentarios
Estaba tratando de recordar lo que precedía al "que va, y que fue" y era precisamente ese "Ronda , ronda , el que no se haya escondido, que se esconda. Una , dos y tres: que va, y que fue"
Así queda completada la vieja advertencia. Ahora los que van a por nosotros , ni cuentan, ni rondan, ni avisan: nos pillan in fraganti y ya está:-)
Gracias por devolverme un trocito de 'infancia escondida'.