Quelque chose de rouge, et de noir, et de chaud
SIMONE DE BEAUVOIR, 9 janvier 1908
Hoy, al Náufrago, sin saber exactamente por qué, le gustaría quitarse el antifaz y mostrar su verdadero rostro, pero se ha acostumbrado tanto a cubrir su cara, que quitarse el disfraz, le parece impostura. Así que habrá que dejar que el fluir de la escritura decida que sea el Náufrago o el yo quien aparezca.
Junto con el periódico que compró esta mañana en el quiosco, había un suplemento cultural cuya portada estaba ocupada por un retrato de una Simone de Beauvoir, joven, pelo corto, ojos penetrantes, blusa y corbata azul. Lo firmaba el pintor oscense Grau Santos. Abajo, a la derecha, en destacadas letras negras, el nombre de la novelista, profesora , ensayista y otros cinco nombres de mujer.
El Náufrago, o sea yo, se sorprendió de que una redacción compuesta en su gran mayoría de nombres masculinos o la dirección de la revista, hubiera ‘escogido’ a cinco mujeres para analizar la influencia y la actualidad de la escritora francesa. ¿No han encontrado varones que pudieran glosar también su figura? ¿Es acaso ese nombre patrimonio exclusivo de mujeres? ¿Su vida, su obra y sus obras son algo que no interesa a los hombres? ¿Hay, tras la elección, camufladas, otras no declaradas intenciones? No lo sé, pero no deja de chocarme.
Leí las cinco reflexiones. Confieso que después de lo expuesto anteriormente, con ciertos prejuicios y algún que otro recelo. Me esperaba que el feminismo reivindicativo levantara sus estandartes y rampara belicosamente por las columnas. Afortunadamente me equivoqué en buena parte, aunque las alusiones reiteradas al “Segundo sexo” a “ feminismo pionero" y otros feminismos se deslizaran, no quiero decir que irremediablemente.
Y es que yo, o sea el Náufrago, deficiente conocedor de la “jeune fille rangée” y compañera (‘infatigable’, se dice en la portada) de Sastre, me he quedado con la “Simone têtue comme une mule”, como la conocían en la familia. Esto es lo que me gusta de esta mujer que, antes que a su ‘género’, defendió contra viento y marea el derecho y la necesidad interna de ser ella misma. La niña ‘bien’ (“rangée”) que poco a poco se fue desvistiendo de los prejuicios, normas y costumbres que afectaban a capas más profundas que las de su condición de mujer. Una niña de 16 años cuya inocencia no llegaba a concebir que las manos que palpaban su abrigo en aquella Sala Pleyel abarrotada, no buscaban extraer nada de su bolso, eran las de aquel hombre del sombrero que la “trituraba absurdamente” y sonría burlón con un amigo al terminar la película.
La misma jovencita que se extrañaba de las “cosas raras que a veces le sucedían inopinadamente” cuando al ir a comprar un patrón en una librería de Saint Sulpice, se encontraba con un empleado rubio, tímido, vestido de una blusa blanca, que con el pretexto de mostrarle algunos patrones le indicaba el fondo de la tienda para abrir su blusa que dejaba al descubierto “quelque chose de rose”. Es esta Simone de Beauvoir que cuenta cómo se va haciendo en sus “Memorias de una chica bien” y otros escritos más recientes, los que el Náufrago, o sea yo, quiero recordar ahora que hubiera cumplido sus cien años.
Esto es lo que ha hecho que reabriera un libro en cuya primera página, escrito con bolígrafo, se leía : “ 30 noviembre 1976. Brest” y que empieza así : “ Je suis née à quatre heures du matin , le 9 janvier 1908, dans une chambre aux muebles laqués de blanc, qui donnait sur le Boulevard Raspail .
...De mes premières années, je ne retrouve guère qu’une impression confuse : quelque chose de rouge, et de noir, et de chaud »
Hoy, al Náufrago, sin saber exactamente por qué, le gustaría quitarse el antifaz y mostrar su verdadero rostro, pero se ha acostumbrado tanto a cubrir su cara, que quitarse el disfraz, le parece impostura. Así que habrá que dejar que el fluir de la escritura decida que sea el Náufrago o el yo quien aparezca.
Junto con el periódico que compró esta mañana en el quiosco, había un suplemento cultural cuya portada estaba ocupada por un retrato de una Simone de Beauvoir, joven, pelo corto, ojos penetrantes, blusa y corbata azul. Lo firmaba el pintor oscense Grau Santos. Abajo, a la derecha, en destacadas letras negras, el nombre de la novelista, profesora , ensayista y otros cinco nombres de mujer.
El Náufrago, o sea yo, se sorprendió de que una redacción compuesta en su gran mayoría de nombres masculinos o la dirección de la revista, hubiera ‘escogido’ a cinco mujeres para analizar la influencia y la actualidad de la escritora francesa. ¿No han encontrado varones que pudieran glosar también su figura? ¿Es acaso ese nombre patrimonio exclusivo de mujeres? ¿Su vida, su obra y sus obras son algo que no interesa a los hombres? ¿Hay, tras la elección, camufladas, otras no declaradas intenciones? No lo sé, pero no deja de chocarme.
Leí las cinco reflexiones. Confieso que después de lo expuesto anteriormente, con ciertos prejuicios y algún que otro recelo. Me esperaba que el feminismo reivindicativo levantara sus estandartes y rampara belicosamente por las columnas. Afortunadamente me equivoqué en buena parte, aunque las alusiones reiteradas al “Segundo sexo” a “ feminismo pionero" y otros feminismos se deslizaran, no quiero decir que irremediablemente.
Y es que yo, o sea el Náufrago, deficiente conocedor de la “jeune fille rangée” y compañera (‘infatigable’, se dice en la portada) de Sastre, me he quedado con la “Simone têtue comme une mule”, como la conocían en la familia. Esto es lo que me gusta de esta mujer que, antes que a su ‘género’, defendió contra viento y marea el derecho y la necesidad interna de ser ella misma. La niña ‘bien’ (“rangée”) que poco a poco se fue desvistiendo de los prejuicios, normas y costumbres que afectaban a capas más profundas que las de su condición de mujer. Una niña de 16 años cuya inocencia no llegaba a concebir que las manos que palpaban su abrigo en aquella Sala Pleyel abarrotada, no buscaban extraer nada de su bolso, eran las de aquel hombre del sombrero que la “trituraba absurdamente” y sonría burlón con un amigo al terminar la película.
La misma jovencita que se extrañaba de las “cosas raras que a veces le sucedían inopinadamente” cuando al ir a comprar un patrón en una librería de Saint Sulpice, se encontraba con un empleado rubio, tímido, vestido de una blusa blanca, que con el pretexto de mostrarle algunos patrones le indicaba el fondo de la tienda para abrir su blusa que dejaba al descubierto “quelque chose de rose”. Es esta Simone de Beauvoir que cuenta cómo se va haciendo en sus “Memorias de una chica bien” y otros escritos más recientes, los que el Náufrago, o sea yo, quiero recordar ahora que hubiera cumplido sus cien años.
Esto es lo que ha hecho que reabriera un libro en cuya primera página, escrito con bolígrafo, se leía : “ 30 noviembre 1976. Brest” y que empieza así : “ Je suis née à quatre heures du matin , le 9 janvier 1908, dans une chambre aux muebles laqués de blanc, qui donnait sur le Boulevard Raspail .
...De mes premières années, je ne retrouve guère qu’une impression confuse : quelque chose de rouge, et de noir, et de chaud »
Comentarios
Interesante el testimonio de Bianca Lamblin en "Memorias de una chica informal"...
Y es que, como en todo, aquí también hay otros puntos de vista...