La casa del sosiego

  • - “¿Y si pasáramos a la otra parte del espejo para ver el mundo que hay detrás?”- se dijo él.

No es que fuera un mundo esplendoroso, lleno de extrañas maravillas , no había seres fantásticos, ni objetos raros, ni conejos que hablaran, ni botellas que dijeran “bébeme”, ni ratones que nadaran... Era todo mucho más sencillo sencillo. Un espacio donde poder respirar sin tener que tener encogidos los pulmones, un lugar sin ruidos, casi inhabitado. Allí se respiraba serenidad, una paz interior como nunca había conocido del otro lado del espejo.

No había necesidad de poner carteles. Los escasos habitantes de la casa no necesitaban llenar de carteles las paredes que dijeran RESPETO, ESCUCHA, COMPRENSIÓN, EQUILIBRIO, AMOR, SENTIMIENTO, ACOGIMIENTO, SILENCIO, CONVERSACIÓN, TRANQUILIDAD, CURIOSIDAD, SOSIEGO, ellos eran un poco eso.

En la casa sonaba una música suave, variada , según el color de las almas que moraran en la casa. A veces sonaba plena, serena, como una melodía clásica, como si cada acorde, cada compás, respondiera a una partitura interior hecha de música. Otras veces el aire se teñía de nostalgia y las notas hacían vibrar en el interior mil sensaciones que lo poblaban de ternura, de sensualidad, como si el cuerpo se hubiera hecho alma y el alma se hubiera vuelto sensual, amiga de caricias y de besos.

Era una sensación de plenitud la que habitaba aquella casa, de la luz justa, de las ventanas abiertas al mar y a las montañas, donde unos troncos crepitaban en el hogar de aquella chimenea. Las caras se iluminaban por el fuego y un calor envolvente abrazaba los cuerpos.

No deseaba regresar a la otra parte del espejo donde un frío agrio y displicente entumecía el alma, un viento desordenado se colaba por el entresijo de puertas y ventanas, revolviéndolo todo. Se oían voces destempladas que hacían más frío que el frío aún el habitáculo. Necesitaba acallar por un momento aquel vendaval que tan pronto arreciaba como concedía pausas de tregua para soplar de nuevo. No se oía otra música que el ulular del viento entrando y saliendo por todas las rendijas. No era fácil aquel ruido que obedecía al caprichoso tiempo. Tiempo de borrasca.

Olvidó aquello, y regresó al otro lado del espejo. Alguien escribía algo en un cuaderno de tapas rojas y renglones estrechos y al escribir sonaba de repente la música de antes y el sosiego iba ocupando cada uno de los espacios de aquella casa. LA CASA DEL SOSIEGO

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