El tren que partió sin él

By DOUCE

Esta mañana que mi papá estaba un poco serio y vi que no se marchaba como me había dicho, le pregunté con la mirada qué había pasado. Él como a veces es tan rebuscado me contó un poco una historia que yo, aunque lista , no entendí bien del todo aunque sospeche por dónde van los tiros.

Me dijo algo así como ... Érase una vez un tren muy rápido, con música , pelis y hasta auriculares. El tren, como otros muchos trenes se llamaba ‘Ilusión’, aunque haya otros que se llaman ‘Dolor’, ‘Pena’ , ‘Nostalgia’. Los trenes tienen nombres muy evocadores. Mi papá, me dijo, que iba a coger el tren ‘Ilusión’ porque sabía que le llevaba , entre ‘otros sitios’ a la ciudad que más quiere, e iba a pasear de nuevo por ella, pero esta vez podría compartir el sosiego, la belleza, la evocación que esta ciudad maravillosa encierra. Iba a poder comunicar lo que significan para él cada uno de sus rincones . Se los conoce casi todos, al menos en los que a fuerza de pasar por ellos, de vivirlos en diferentes momentos, son un poco o un mucho suyos.

Por esta ciudad , al parecer, ha pasado y vivido mucha gente , cada uno ha dejado su huella, ha dejado trozos enteros de su vida, y esas vidas están incrustadas de alguna manera en ese piedra ocre , porosa, que absorbe todo: amores, penas, ilusiones, desencantos, como se impregna también de sol, de viento, de lluvia, del frío y del calor que la alimentan. Es una ciudad esponja que sabiéndola exprimir derrama en suaves dosis las mil sensaciones de que se alimenta cada día.

El tren de la ‘Ilusión’ esperaba ilusionado en el andén dispuesto a partir, miraba su reloj, impaciente, porque el deber de los trenes – incluidos los de RENFE – es el de ser puntuales, al menos en la salida, aunque luego se demoren un poco en la llegada. Eran la 8:10 horas y sus focos giraban hacia la izquierda para ver si le veía llegar con su bolso y su cara apresurada. El tren “Ilusión” empezaba a ponerse nervioso al ver que no llegaba. Había empezado a calentar sus máquinas y de vez en cuando lanzaba un bufido de gases, no se sabe si resoplaba de impaciencia y malestar o de desesperanza. Miró de nuevo su reloj, sabía que a las 8:12 horas cuando el Jefe de estación bajara su bandera roja no podría esperar más aunque quisiera. Él es un tren, un simple tren que no tiene voluntad propia, aunque lleve todos los días cientos de ilusiones, de rutinas o desengaños. En realidad los trenes tienen el nombre que les quieran dar los viajeros.

Esta historia misteriosa , que no acabo de entender del todo, aunque sospecho a qué se refiere, es la que me ha contado mi papá esta mañana, cuando en lugar de ir a la estación hemos terminado en la panadería. Bueno, pensando egoístamente, porque yo también tengo mi egoísmo, sintiéndolo por él, me alegraré por mí, porque me llevará de paseo. Yo para estas cosas soy muy pragmática. “Las cosas moco son, son”

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