Ferias de ayer, recuerdos de hoy

FERIAS

Ayer, después del chapuzón de la mañana en la playa, el Náufrago se pasó por el recinto ferial que este año por designio municipal han instalado cerca de la playa, para regocijo de feriantes y problemas circulatorios en esa zona playera. Pero dejemos ese aspecto que hoy es día de evocaciones, no de protestas.

Era avanzado el mediodía y no había gente, salvo los feriantes que descansaban, preparaban globos, limpiaban los alrededores y se duchaban con las mangas de riego. Si el Náufrago se dio por allí una vuelta, cámara en vano, era porque la palabra “Ferias” sonaba en su interior con un tono especial fiesta y regocijo. No abundaban en tiempo de su infancia muchos de estos festejos y sí muchas procesiones, novenas, rosarios de la aurora y ‘atracciones semejantes’, muy propia para un chico. Las pocas vías de expansión eran los guateques, los cines de barrio, los baños en piscinas y en el río salmantino. Todo las demás diversiones las encontrábamos en los juegos callejeros.

La llegada de las “Ferias’, allá en las primeras semanas de septiembre, era el gran acontecimiento de diversión de todo el año. El recinto ferial se instalaba en una alameda, a las afueras. Bastante diferente del emplazamiento por donde ayer se paseaba. Sin gente, los feriantes descansando y unos pocos preparando globos o limpiando con mangueras los alrededores de sus casetas y aprovechando el agua para darse una ducha. Mientras el Náufrago tomaba algunas fotos las atracciones, iba pensando en aquellas antiguas barcas, sostenidas por dos alambres a los que propios pasajeros debían impulsar a brazos esforzados para ponerlas en funcionamiento. Había que ver a aquellos mozalbetes haciendo ostentación de su fuerza y a las chicas que miraban orgullosas a su barquero. Los más pequeños, sin fuerza aún para balancear aquellos aparatos, nos contentábamos con mirar entre envidiosos y regocijados, y ver si en los vaivenes podíamos ver las bragas de las chicas.

A donde si podíamos subirnos a aquellas sillas metálicas sostenidas por cadenas que giraban alrededor de la plataforma y se elevaban cada vez más a medida que aumentaba la velocidad. Pero entre las atracciones del pequeño Náufrago, su preferida eran los coches de choques. Disfrutaba yendo al encuentro de aquellas bandas de gomas que protegían los coches. Se sentía impotente cuando quedaba atrapado en cualquier atasco era incapaz de salir de aquel laberinto de coches.

Hasta aquí unos recuerdos que el Náufrago se ha contando a sí mismo. ¿Cuánto vale un recuerdo de la infancia? Depende de en cuánto lo valore cada cual.
View more presentations from Douce .

Comentarios

Entradas populares