Tui, viejos recuerdos

No le resulta nada fácil al Náufrago hablar de Tui o Tuy, tal como la descubrieron sus trece años. Ni siquiera esta isla adonde arriban variados visitantes sabría dar cabida a todo lo que esta ciudad representa para el Náufrago. Así que séale permitido decir de ella lo que un turista apresurado puede percibir, sentir o intuir en una pequeña ciudad fronteriza de larga e intensa historia. Un río Miño que termina su vida fluvial, ancho , tranquilo, y que separa la villa tudense de su eterna vigilante portuguesa, Valença do Minho, antigua ‘Contrasta’, por su enfrentamiento con la ciudad gallega.

Entre nosotros, los chavales, con ese sentimiento de suspicacia ante lo diferente, lo ‘extraño’, lo extranjero, había corrido la voz, que en los cañones de sus murallas que apuntaban hacia esta parte del Miño, rezaba esta leyenda: “ Tui, ay de ti, se che te moves”. Expresión que debía de poner en guardia nuestros sentimientos ‘patrióticos’. Hoy las cosas han cambiado un poco. Quizá sea obra de los intereses económicos de una y otra parte o la participación a una misma Comunidad que en algo nos hermana. Pero los provincianismos y los recelos no se han borrado aún del todo. Así de tontos y mezquinos seguimos siendo los humanos. Seres de ‘terruño’.

Pero no son esos las asuntos de los que quería hablar el ‘turista’, sino del itinerario íntimo que de por sus viejas calles recorrió. La Catedral – Fortaleza, con su claustro y sus almenas , las intrincadas calles que descienden hasta el río: “Rúa Lourenzo Cuenca o de Abaixo; S. XIX, Rúa Real; S, XIII, Rúa Pelatería, Rúa Zapatería.” “Rúa do Pracer, antes: Rúa dos Cascais ou Entre Fornos de Abaixo”, hasta llegar al paseo fluvial con su embarcadero. Recuerdos de paseos y maizales.

También en Tui, aquel martes de Carnaval tenía revuelta a la ciudad. En cualquier calle podías encontrarte con un pistolero del oeste, soldados del Séptimo de Caballería montados en sus caballos, jovencitas de ligeros atuendos y faldas mínimas o personajes de la Guerra de las Galaxias. Aquella tarde, en que el Náufrago pisaba las losas de sus viejas callejuelas, toda la ciudad asistía al desfile de carrozas y disfraces. Todo un contraste.

Y en un momento, la nostalgia, la morriña de la tierra le inundó. Entró en una tienda de recuerdos y dijo a la amable dueña:
- “Quiero ese hórreo”
- “Llévese mejor éste”
- ¿Y cuál es la diferencia?
- Éste es más bonito. Tiene escalera.
El argumento era contundente. Y ahora, encima de la mesa de trabajo, tiene un hórreo de granito, ‘con escalera’. El Náufrago no sabría explicar por qué desde siempre le han atraído tanto estos pequeños graneros que parecen pequeñas capillas. Misterios.

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