El fuego de la desesperación II

... y II

- Llegaron a la plaza delante de la Subdelegación del Gobierno de los silencios e inútiles promesas. Él se despegó de su mujer y sus hijos, sacó una botella de agua llena de gasolina, roció la camiseta, cogió un mechero y prendió su camiseta. Enseguida se convirtió en una pira humana. El fuego alcanzó el pantalón. El hombre trataba de quitarse la camiseta hecha fuego. Su mujer, acudió a él, desesperada, mientras Isabella, con su hermanito en brazos que contemplaba sin comprender nada la escena. La mujer gritaba en el idioma de la angustia. El hombre se tiró al suelo y empezó a rodar tratando de quitarse la ropa que llevaba. Fue entonces, sólo entonces, cuando dos guardias civiles, con sus gorras y sus manos trataba de sofocar el fuego y desnudar al quemado. Ya entonces las llamas habían quemado gran parte de la piel. Los guardias no cesaban de gritar en un idioma que quizá el aludido no entendía:
-“¡Dé vueltas, dé vueltas!”
, le decían, mientras trataban que el suelo terminara de apagar el cuerpo en llamas.

El fuego cesó. El afectado quedó sentado en el suelo. Dos agentes le recogieron. Había transcurrido medio minuto y 3 segundos, que sin duda le debieron parecer toda una eternidad. La mujer se tiró al suelo. No hacía más que gritar en su idioma, pero todo el mundo que contemplaba la escena, paralizados, comprendía cuánta desesperación había en esos gritos de impotencia. Los dos guardias dejaron al hombre, desnudo, apoyado en la pared de la fachada. Nadie sabía qué hacer, mientras el hombre no sabía si sentarse o quedarse encorvado mirando a no se sabe dónde, preguntándose qué había hecho, quién era, a merced de lo que vida quisiera hacer con él. Miraba al frente, miraba hacia el suelo, miraba hacia sí mismo y no entendía nada. No había ninguna respuesta a su impotencia.

Colgaban trozos de su piel abrasada. La mujer corría de uno a otro lado reclamando ayuda. Entonces sonó la sirena de una ambulancia, Mientras tanto su marido se había acercado a un cochecito de bebé, cogió una botella de agua y trató de abrirla con los dientes. A su lado, un hombre de chaqueta, corbata y pantalón le miraba, espectador indiferente. La desesperación y la indiferencia pueden convivir perfectamente en nuestro mundo insolidario. Casi habían pasado dos minutos, nadie se acercaba al hombre quemado, como si tuvieran miedo de un contagio. Hasta que un policía le señalço con un gesto el camino de la ambulancia. Ni siquiera su mujer, arrastrándose por el suelo se atrevía a acercarse a su marido quemado. Sólo una mirada entre los dos muy difícil de interpretar. ¿Qué decían aquellos ojos?

- “Lo hice.”
-“¿Por qué lo has hecho? ¿Cómo estás?

Hizo ademán de acercarse a su mujer y a sus hijos, pero el policía, con un gesto, le indicó la ambulancia. La hija, con su hermanito en brazos, lloraba y lloraba.
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NOTA: El náufrago ha preferido no insertar el vídeo. Pero si alguien desea ver lo que es un hombre en manos de la desesperación, puede pinchar aquí. No como espectáculo, pero sí como reflexión sobre el mundo que discurre a nuestro lado.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Son muy conmovedoras estas dos entradas. Y que razón tienes con lo de la convivencia de la desesperación y la indiferencia.

Nos enfrentamos a la realidad como el que mira una pantalla, no nos involucramos, temerosos de que la realidad nos saque de nuestra "feliz?" y egoísta inopia.
¿Qué habrá sido de la solidaridad?

Nuestra falta absoluta de empatía crea estas monstruosidades. Me imagino la cara indiferente de los funcionarios de las diversas oficinas, administraciones y negociados por los que han pasado y no puedo dejar de exclamar: "¡Merde de gent!"

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