Salamanca se viste de Fiesta
Cada vez que el Náufrago vuelve a Salamanca disfruta del momento vital de la ciudad. En esta ocasión su visita ha coincidido con el comienzo de la ferias y fiestas salmantinas , como lo indicaba la Mariseca * y la bandera que ondeaban en lo más alto de la espadaña de la Plaza Mayor.
La ciudad cuya historia la ha hecho cosmopolita, recupera por estas fechas su alma popular, el “pueblo” que nunca ha dejado de ser y que es el sustrato que convive con huéspedes, visitantes o turistas de paso. El término ‘pueblo’ no encierra ninguna connotación peyorativa , sino la de ‘ayuntamiento de personas’ que comparten raíces, emociones, sensaciones, tradiciones y costumbres, al igual que su Universidad se denominaba ‘ayuntamiento de profesores y alumnos’.
Cuando el Náufrago-forastero llegó el pasado viernes a su ‘pueblo’, calles, paseos, plazas eran un hervidero de gente que iba, venía, o se congregaba en su plaza, más que nunca, ágora, escenario, patio vecinal, que asistían a la procesión, parada o desfile que marcaba el comienzo de las fiestas.
Un floración de casetas inundaba plazas y calles de todos los barrios de la ciudad, desde la ciudad monumental hasta el más alejado del centro urbano. Noventa casetas, distribuidas en 19 zonas servían de punto de reunión, fiesta , refrigerio o alboroque. Los nombres de las zonas contrastaban con la modernidad de los rótulos de casetas y barracas. Los seculares “San Boal”, “Úrsulas”, “Rector Lucena”, “Anaya”, “Plazuela de los Bandos”... convivían con los “ Moly Malone”, “Cuatro gatos”, “El Pecado”, “Os-da-ma”, “Quimera”, “Churrasco” o “La Bellota Charra”. Jugosa mezcla.
Supongo, porque el Náufrago no tuvo tiempo de contrastar muchas opiniones, sobre la disparidad de opiniones que iniciativas de este tipo pueden suscitar entre partidarios y detractores de la idea, que habrá gente a la que le puede parecer una agresión a estos viejos monumentos que desde el ‘alto Soto de Torres’ – Unamauno- contemplan que a sus pies se asientan casetas, mesas improvisadas, barriles de cerveza, chimeneas de hojalata, ruidos, voces que hacen estremecerse a sus centenarios cimientos. Tal ‘provocación’ es lógico que altere la serenidad de estos vetustos y serios señores .
La elección entre el respeto al patrimonio monumental de la ciudad y la oferta de esparcimiento para que la gente, beba y viva, coma y comunique, se alegre, comparta, se sienta parte viva de la ciudad puede encontrar ‘razones’ para que durante unos días la ciudad permita convivir intereses dispares. El Náufrago, aunque con alguna reticencia, se siente dividido interiormente, admite que a pesar de varios inconvenientes, los viejos monumentos, cierren un poco los ojos y admitan este sacrilegio monumental.
Todo sea en honor del holgar y disfrutar de la ‘Patata con gula y huevo roto’, de 'La Chicha del Niebla', la 'Cruceta a la plancha', el ‘Cangrejo de río’, la ‘Tostita de Molly’, el 'Lomo a la nube' o 'La costilla de Adán' ... Y eso sí.- ¡qué alto pica! -atención a los ruidos estridentes, al modelo de caseta que haría sonrojarse a la Casa de las Conchas, al Palacio de Monterrey, las tridentinas Torres de la Clerecía.
La ciudad cuya historia la ha hecho cosmopolita, recupera por estas fechas su alma popular, el “pueblo” que nunca ha dejado de ser y que es el sustrato que convive con huéspedes, visitantes o turistas de paso. El término ‘pueblo’ no encierra ninguna connotación peyorativa , sino la de ‘ayuntamiento de personas’ que comparten raíces, emociones, sensaciones, tradiciones y costumbres, al igual que su Universidad se denominaba ‘ayuntamiento de profesores y alumnos’.
Cuando el Náufrago-forastero llegó el pasado viernes a su ‘pueblo’, calles, paseos, plazas eran un hervidero de gente que iba, venía, o se congregaba en su plaza, más que nunca, ágora, escenario, patio vecinal, que asistían a la procesión, parada o desfile que marcaba el comienzo de las fiestas.
- LAS CASETAS
Un floración de casetas inundaba plazas y calles de todos los barrios de la ciudad, desde la ciudad monumental hasta el más alejado del centro urbano. Noventa casetas, distribuidas en 19 zonas servían de punto de reunión, fiesta , refrigerio o alboroque. Los nombres de las zonas contrastaban con la modernidad de los rótulos de casetas y barracas. Los seculares “San Boal”, “Úrsulas”, “Rector Lucena”, “Anaya”, “Plazuela de los Bandos”... convivían con los “ Moly Malone”, “Cuatro gatos”, “El Pecado”, “Os-da-ma”, “Quimera”, “Churrasco” o “La Bellota Charra”. Jugosa mezcla.
Supongo, porque el Náufrago no tuvo tiempo de contrastar muchas opiniones, sobre la disparidad de opiniones que iniciativas de este tipo pueden suscitar entre partidarios y detractores de la idea, que habrá gente a la que le puede parecer una agresión a estos viejos monumentos que desde el ‘alto Soto de Torres’ – Unamauno- contemplan que a sus pies se asientan casetas, mesas improvisadas, barriles de cerveza, chimeneas de hojalata, ruidos, voces que hacen estremecerse a sus centenarios cimientos. Tal ‘provocación’ es lógico que altere la serenidad de estos vetustos y serios señores .
- DISPARIDAD DE PARECERES
La elección entre el respeto al patrimonio monumental de la ciudad y la oferta de esparcimiento para que la gente, beba y viva, coma y comunique, se alegre, comparta, se sienta parte viva de la ciudad puede encontrar ‘razones’ para que durante unos días la ciudad permita convivir intereses dispares. El Náufrago, aunque con alguna reticencia, se siente dividido interiormente, admite que a pesar de varios inconvenientes, los viejos monumentos, cierren un poco los ojos y admitan este sacrilegio monumental.
Todo sea en honor del holgar y disfrutar de la ‘Patata con gula y huevo roto’, de 'La Chicha del Niebla', la 'Cruceta a la plancha', el ‘Cangrejo de río’, la ‘Tostita de Molly’, el 'Lomo a la nube' o 'La costilla de Adán' ... Y eso sí.- ¡qué alto pica! -atención a los ruidos estridentes, al modelo de caseta que haría sonrojarse a la Casa de las Conchas, al Palacio de Monterrey, las tridentinas Torres de la Clerecía.
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