De mandones y obedientes

By DOUCE

Los acostumbrados a ordenar, mandar, dictar órdenes, normalmente no reparan en los que por hábito, costumbre o condición, nacieron o les hicieron obedientes. Yo soy una perrita. Por gusto y por mi naturaleza canina, nací obediente. Sí, ya sé que en los tiempos que corren, ese adjetivo no tiene buena prensa. Hoy soplan vientos de oposición, protesta y rebeldía. A los obedientes se les considera los tontos de la fiesta. Quizá no sepan que hay una obediencia no impuesta, sino escogida, que desarma al ‘mandón’ a pocos sentimientos que le ornen. Entonces, el obediente obtiene muchas más cosas y más satisfactorias que las que pueda lograr el ordenante que se apoya en su poder para disimular sus íntimas y no asumidas obediencias .

Como norma genética obedezco al jefe de mi manada. En este caso el 'jefe' es mi papá que, en general, me exige pocas cosas y cuando lo hace, es por mi bien. Lo hace con cariño y yo le devuelvo ese cariño con creces. Así que tutti contenti. Sin embargo - siempre tiene que haber un ‘pero’, si no sería muy aburrido eso de “yo mando, tu obedeces”- hay veces en que me apetece hacer mi canina y libérrima voluntad y la hago, a mi modo. Tengo mil trucos para ello.

Así, esta mañana – 'dis mooonin' – sentía unas enormes ganas de adelantar mi paseo matutino, por eso, en cuanto vi que mi papá había terminado sus matinales abluciones, liquidado cuentas pendientes con su estómago y arreglado, más o menos, su aposento, le manifesté ‘ostentóreamente’ mis enorme ganas de salir a tomar el fresco aire matutino , satisfacer mis necesidades olfativas y otras que no menciono. Me tumbaba en su cama, me ponía patas arriba, hacía toda suerte de cabriolas para expresar diafanamente la vehemencia de mis deseos. Mis breves aullidos, en forma de lamentos, daban cuenta de mi ansiedad. Subía y bajaba de la cama, seguía sus pasos, iba de una parte a otra de la casa tras él.

Cuando todo parecía estar dispuesto...¡ ringggg, ringggg!. Sonó el telefonillo:

- “Soy el pintor”, oí por el interfono.

Mi papá se apresuró a retirar los últimos cuadros, cajas, fotos, y todo lo que impidiera al operario de la brocha pintar las paredes, mientras tareaba eso de “ Voy a pintar / las paredes con tu nombre, mi amor...”

No vi yo con buenos ojos la puntualidad prusiana del señor del mono blanco y escalera al hombro. Eran las 9 en punto de la mañana. Pero dejamos al señor de la brocha colocando papeles en el suelo, pegando tiras por los rodapies y demás preparativos, y salimos a estirar las patas. Bueno, yo mis patas y él, mi papá, lo que le corresponda.

El paseo, mis olores, mis ojeos al horizonte por si algún amigo madrugador asomaba su trufa, me supieron a poco. Como me saben a poco las caricias que el conserje me regala diariamente después de mis paseos matinales y yo acudo a darle los buenos días por lo que pueda caer de paso.

Al intentar entrar de nuevo en casa la puerta rozaba el papel que había extendido el pintor y apenas se podía abrir. Yo me negaba a entrar, porque la puerta de mi casa se abre normalmente y no tiene papeles que lo impidan. Por fin se abrió, reconocí ‘mi casa’ y de nuevo, obediente, me fui a uno de mis recuerdos preferidos.

Cosas que le ocurren a una ‘obediente’ con derecho a caprichos. Como premio, les dejo un vídeo que me ha enviado un amigo mío. A los dos, los gatos, nos vuelven locos.

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