Pesimismo vital

El Náufrago es pesimista por definición. Da por sentado que partiendo de lo peor siempre hay posibilidades de mejorar. Por eso, y sin que sea contradictorio, o si lo fuere, no importa, es un idealista sempiterno. Quiere decir que sueña siempre en el mundo mejor del que nada más nacer le desterraron. Hacia él camina, ilusionado, desde su pesimismo innato. Si lo peor ya lo ha asumido, todo lo que descubre es un mundo mejor. Cada día encuentra cosas nuevas, y si no las hubiere las inventa, porque inventar quiere decir ir hacia el encuentro de algo nuevo.

Lo nuevo suelen ser cosas pequeñas pero que para él resultan importantes con tal que le alegren el ánima, el ánimo. Puede ser la rotundidad de unos muslos al sol, el revolcarse de un perro en la playa, la gaviota que desciende en picado y se zambulle en el agua. Quizá observar que alguien, con cuidado, escarba afanosamente en la arena hasta hacerse una hamaca. Y allí se tumba. La toalla le sirve de colcha y en el montón que hace las veces de almohada, marcar un hueco donde colocar la radio. Y así, frente al mar, frente a la bruma de la mañana por donde el sol trata trabajosamente colarse, disfrutar de la más serena de las mañanas.

El optimista, sin embargo, va de sembrado por la vida y cuando la vida no coincide con su ánimo, se lleva una decepción que podría haberse ahorrado si hubiera partido del pesimismo existencial. Pero no hagan caso a los Náufragos. Algunas veces se equivocan.

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