El fuego de la desesperación I

Eran las diez y media de la mañana. Un hombre vestido con camiseta, gorro y pantalón, su mujer, de unos cuarenta años, Isabela, su hija de 17 sosteniendo en sus brazos a su hermano de 3 años, llegaron ante la Subdelegación del Gobierno en Castellón. Habían llegado a España hacía tres meses. Habían invertido todos sus ahorros atraídos por la promesa de un trabajo en Castellón, como cientos de miles compatriotas. Durante mes y medio se alojaron en casa de un hermano del hombre vestido con la camiseta blanca de Toyota. Ante la imposibilidad de pagar los 400 euros que el hermano les exigía por el alquiler, se vieron en la calle.

Casi dos meses deambulando por Castellón, sin conocer el idioma, sólo Isabella es capaz de expresarse en español con dificultades. Sobrevivieron un tiempo vendiendo chatarra, y refrescos en la playa. Desesperados, decidieron volver a Rumanía , pero les hacían falta 400 euros para el regreso. De ventanilla en ventanilla, de despacho en despacho, nadie les daba una solución. Si acaso palabras de evasivas promesas. Tres meses de rumiar impotencia, soledad, miseria. Tres meses tratando de buscar una salida del laberinto en el que, sin saber, se encontraban atrapados. Laberinto o pozo, sin salida, en que los recursos del alma y la esperanza ,se habían agotado. La única ‘solución’ llevaba semanas dando vueltas en aquel hombre alto, delgado, hecho desesperación humana. Su familia estaba esperando lo peor. No sabían ni cómo , ni cuándo.

(Seguirá)

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