De estilitas, estilistas, columnistas... y otros anacoretas de la pluma

LOS HABITANTES DE LA COLUMNA

Tras la muerte de Umbral han ido pasando por su columna una serie de ‘estilitas’ que se han encaramado a su pilar con más o menos acierto, mejor o peor estilo y generosidad, tratando de honrar la memoria del ‘anacoreta’ periodístico. Quizá convenga saber que el estilita (del gr. Στυλyτης, Στυλo= columna) más famoso, fue un tal Simón, uno de los santos más peculiar y extravagantes del santoral cristiano. Nacido en Sisan, una población en la frontera Siria a finales del siglo IV, fue primero pastor, luego monje y finalmente anacoreta al que le seguirían varios imitadores. Subido a una columna escribió cartas, algunos de cuyos textos aún existen; instruyó discípulos y dirigió discursos a la gente que se congregaba a sus pies y hacía penitencia. Al principio, dicen las crónicas, la columna no levantaba más de unos tres metros, hasta que poco a poco fue subiendo hasta alcanzar los 15 metros. Los visitantes podían subir utilizando una escalera que estaba siempre lista para recargarse contra la columna.

La última en subir al pedestal de Umbral en el diario El Mundo, ha sido Isabel San Sebastián. En su recuadro de la última página, codiciado por tantos de los que por ahí han pasado, ha hecho una clarificadora descripción de este selecto mundo de estilitas – no todos estilistas - todo sea dicho.

- Sobre ese pilar ha trabajado el artesano de “metáforas exquisitas, trenzadas de guirnaldas trufadas de erudición... con un toque de lija espesa, un par de expresiones de jerga” que parezcan espontáneas y no oler a sudor de tinta china. No es difícil reconocer a quién alude aunque se haya mordido la lengua y no haya puesto una sola negrita.

- En otra categoría de los profesionales de la columna periodística coloca a los ‘narcisistas’ – y qué escritor no lo es un poco – que utilizan el codiciado cuadro como un espejo donde mirarse o “una mera herramienta al servicio de su ego”. Una variedad de la misma familia serían los ‘crípticos’ que escribirían en clave que sólo unos pocos iniciados son capaces de descifrar.

- Pasa como de puntillas sobre los aspirantes al oficio pero incapaces de colocar adecuadamente el correspondiente sujeto, verbo, predicado, que subarriendan la columna para ponerla al servicio de quién les paga a cambio de salir en los papeles. En el polo opuesto pueden hallarse los que poseen una nutrida agenda de personas, datos y hechos de los que dan noticia y de los que siempre se puede aprender algo.

- Al parecer, entre sus favoritos se encuentran los que gozan del arte suficiente y la habilidad necesaria para sacar punta a la pieza que cae en sus manos y como por arte de magia fabricar con ello un dardo de papel, son: “los artesanos de la papiroflexia periodística...” aquellos que han sido afortunados de poder beber la poción mágica hecha de “humor, maldad, talento, coraje, memoria e información en las dosis adecuadas...”

- Al final de esta clarificadora clasificación coloca a los ‘kañeros’. Aquellos que utilizan la palabra a modo de maza o martillo, para sacudir mandobles a diestro y siniestro no dejando títere con cabeza, encantados de tratar de hacer añicos a todos los juguetes que manejan el poder y suministrar pólvora a todos los que sienten ganas de disparar sobre el enemigo que se mueva. Columnistas de trinchera y metralleta.

Al fin y al cabo, unos y otros, narcisistas o menos, hábiles o torpes, crípticos o diáfanos, expertos o aspirantes, son seres que tienen como arma y alma la palabra. Palabras vacías, cuerdas, irónicas, burdas, arteras, sutiles, tiernas, poéticas, revanchistas, torpes, certeras... Palabras, palabras, palabras.

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