Salamanca de las Altas Torres...

...O EL LENGUAJE DE OTRAS MARIPOSAS

Un domingo de septiembre, por la mañana. La Plaza Mayor de Salamanca cuadricula exactamente el sol que se asoma por la fachada del Ayuntamiento. En una terraza, padre, madre y dos niños –niña y niño – de cuatro y dos años, se aburren, mientras sus padres ojean el periódico. Es difícil compaginar conveniencias adultas con inquietudes infantiles. A veces uno piensa en libertades personales cuando la infancia reclama, ciega, que la atiendan.

Por casualidad, alguien conocido de los padres se acerca y se propone osadamente como guía turístico, niñero, o tabla de salvamento. Leve advertencia de los padres, pero sin mucha insistencia:

- "No sabes en qué lío te metes".

El inconsciente guía-niñero lo sabe. Sabe también que no durará más de una hora la visita y vale la pena intentar la aventura. Coge de la mano a sus respectivos turistas a los que les va – pásmense – la marcha religiosa. Les atrae - no se sabe bien por qué-, el mundo de las iglesias y de las misas, como algo próximo a un mundo ‘fantástico’.

El improvisado guía aprovecha el efecto ‘Potter’, sale por el primer arco que encuentra en la Plaza y se topa nada menos que con la portada románica de San Martín. Arriba, la imagen de un caballero que, espada en mano, corta su capa para compartirla con la desnudez que se encuentra al lado de la grupa de su caballo. El guía va solicitando de la niña, algo mayor- 4 años- que identifique los personajes que ve y poco a poco , con su ayuda, va reconstruyendo una historia mágica. Pablo el pequeño, ni siquiera llega a adivinar lo que su hermana sí entiende. Su única y eterna pregunta es...

- “Y, y..... y.... ¿pooo, qué?"

Profunda pregunta, a la que el guía no tiene más que otra respuesta del mismo calado

- “¡Porque sí! " Es la única respuesta válida cuando inquiere lo Absoluto.

Sigue la visita eclesial. Visto el interés de los pequeños, fascinados por el mundo religioso de las ‘iglesias’, especie de sitios ‘fabulosos’ para su imaginación infantil, tan distinto de las ‘casas’ normales, enfila la calle de Meléndez (Valdés) y al terminar les ofrece su sorpresa. Las insultantes torres tridentinas de La Clerecía jesuítica se levantan desafiando al cielo con la lanza de sus torres. El guía les invita a que eleven su cabeza y asciendan por sus paredes hasta llegar al término dónde se pierden.

Sin duda tal magnitud, para criaturas tan pequeñas debe suponer algo majestuoso. Espera, curioso la reacción de los jóvenes turistas. Por fin, Paloma, 4 años, que ha seguido con sus ojos la trayectoria de las torres exclama, asombrada.

- “ ¡Qué torres más grandes, casi tocan el cielo, son ‘GIGANTESCAS'!”.

Ahora, el asombrado era el guía. No sabía en qué momento, quién, con qué motivo, había enseñado a sus cuatro años el vocablo GIGANTESCO. La vuelta, hasta que de nuevo entregó a las criaturas, sanas y salvas, a sus padres, el audaz cicerone no dejaba de pensar en aquel “gigantescas”, con el tono de admiración con que había sido pronunciado.

Por un momento, pretendió recuperar inútilmente aquel mundo de gigantes y de asombros.

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