José Hierro: "Canto a España"

LAMENTO DE UN NÁUFRAGO

Que el Náufrago habitante de esta isla no sea precisamente la alegría de la huerta, no es ningún secreto. Cualquiera puede darse cuenta a nada que se de una vuelta por este islote. Estos tipos mustios se convierten en un incordio inaguantable. Afean un poco la visión idílica, alicia e ilusionada que impregna nuestros aires en boca de los Blancos, Rodríguez, Chacones o de la Vega. Debe tratarse de seres amargados, pesimistas sempiternos, empedernidas moscas cojoneras que se recrearan en las propias miserias. Deberían ser fumigados, cercenarles sus alas asquerosas, expulsarles de este paraíso para no aguar la fiesta de los rabiosos optimistas que con paso alegre y faldicorto se encaminan a hacer guardia junto a los luceros de la prosperidad.

Ayer por la tarde, mientras descansaba - el Náufrago debe descansar mucho- oyó recitar un poema de José Hierro al locutor de una radio local.. El locutor, con entonación de los de antes, quiero decir de esos que tenían voz de bronce, algo engolada, tirando a solemne, trataba de acompasar voz y sentimiento mientras se deslizaba por los versos de Pepe Hierro que cantaban, más bien lloraban, una cierta España.

No sé exactamente la fecha del poema, debe ser de los años 50, pero es triste, muy triste, la España a la que canta. Quiero situarla en aquella época de los tiempos duros, severos, misérrimos... Pero de todos modos, aunque fuera con ecos oscuros, todo el mundo era capaz de identificar ese nombre y cuánto abarcaba. Todos podían reconocerse en aquellos lamentos:
“Oh España, qué vieja y qué seca te veo.
Aún brilla tu entraña como una moneda de plata cubierta de polvo.
Hoy, al oírlo de nuevo, el Náufrago se sentía algo raro. De repente, no sabe por qué – o quizá, sí lo sepa - con tanto estatuto, tanta autodeterminación, tanto refrendo no sabía a qué España podría aplicarse un poema semejante y quién podría sentirse concernido. De ahí la desazón. Solo sentía ganas de quejarse de ese modo:

“Oh España, qué triste pareces.
Quisiera asistir a tu muerte total, a tu sueño completo,
saber que te hundías de pronto en las aguas, igual que un navío maldito.

Y sobre la noche marina, borrada tu estela,
España, ni en ti pensarías. Ni en mí. Ya extranjero de tierras y días.
Ya libre y feliz, como viento que no halla ni rosa, ni mar, ni molino.
Sin memoria, ni historia, ni edad, ni recuerdos, ni pena...

...en vez de mirarte, oh España, clavel encendido de sueños de llama,
cobre de dura corteza que guarda en su entraña caliente
la vieja moneda de plata, cubierta de olvido, de polvo y cansancio...

Y es que los náufragos y los poetas son así de optimistas muchas veces. Pero a él no le hagan caso. Sólo un hombre que se retira a una isla, que se aísla demasiado hasta no saber, ni falta que le hace, a qué territorio pertenecen las islas francas, es capaz de sentir tales deseos.

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