Curro

EBANISTA, POETA, PESCADOR, CANTOR, RAPSODA... HOMBRE

De nuevo bajó el Náufrago hasta el "Mercado Medieval" esta mañana. No sé sabe si a la búsqueda de los juguetes de su infancia, o porque le gustaba refugiarse en el cartón piedra del pasado. Quizá, secretamente, trataba de detener el tiempo en una época que no es hoy, pero que tampoco es del todo ayer, pero estos 'mercaderes' tienen tintes bohemios, calzado raso, viejas túnicas, extraños gorros y tocados. Las mujeres lucen largos vestidos, blusas blancas, viejos corpiños, y tienen andares entre recios y con garbo, mitad campesinos, mitad de hadas. Al menos así se le antoja creer al Náufrago.

En ese trasiego, no sabe muy bien si el olor de unas salchichas, con reclamo de Frankfurt, una cabellera rubia o la plenitud de unos pechos poderosos que asomaban por el borde de su blusa, le hizo acodarse en la barra de esa casucha seudo germana. Contemplaba, cómo aquellas manos, calentaban el pan, freían la cebolla mientras le preguntaba qué salsa prefería. Luego acometería con ganas de mediodía aquella falsa ‘wurst’.

Satisfechos sus apetitos se acercó a otra de las casetas cercanas. “El Majuelar”, decía el rótulo. Allí se exponían toda serie de orujos y licores destilados en la zona de los Arribes del Duero, en Aldeadávila de la Ribera, lindante con la frontera portuguesa. En sus botellas exhibía con orgullo esta leyenda: “Producto de la muy Noble y Culta Salamanca”, como si nobleza y cultura no hicieran ascos a orujos y alquitaras. La verda es que el espabilado chaval que atendía al Náufrago, con pinta de Lazarillo espabilado, conocía el oficio, le ofrecía a degustar cualquiera de los licores y aconsejaba qué tipo de botella salía ‘más rentable’. Siguió - no podía ser menos- el Náufrago los espontáneos consejos de Sergio, así se llamaba el zagal, que no rebasaría los 13 años.

Mientras hablaban de Salamanca, un señor bajito, fuerte, de cara redonda entre inocente y llana, se sumó a la charla. Sin querer, Náufrago y forastero entablaron una animada conversación. Se llamaba Vicente Hernández, conocido por “Curro” por los amigos, 82 años muy bien llevados, ebanista, poeta, pescador, cantante, escritor de cuentos y poemas, rapsoda y ganador de ‘premios literarios’ en el Hogar del Jubilado.

El Náufrago escuchaba con gusto las recitaciones que espontáneamente le hacía Curro/Vicente, sobre Lorca, Salamanca, Liébana o a la madre que perdió a su hijo. Entre recitación y recitación, iba desgranando su vida. Nacido en Villares de Yeltes (Salamanca), el traslado de su padre, ferroviario, hizo que llegara a Santander a los 10 años. Aquí le sorprendió la guerra, la prisión de su padre, sindicalista, su incorporación al trabajo a los 16 años, como ebanista hasta que quebró la empresa y continuó como autónomo... Hablaba y hablaba de sus ‘premios’, de sus amigos, de sus quehaceres: “No tengo tiempo para aburrirme", y si se terciaba salía otro poema, con su historia.

El Náufrago le propuso ir a tomar algo, a un sitio más tranquilo para continuar la charla en torno a un pincho de tortilla y una caña. Un personaje muy interesante este Curro, de verbo fácil, con la ingenuidad de un niño y las heridas de un hombre bregado por la vida. Quedaron en volver a verse cuando empezara el 'curso jubilar'. El Náufrago le prometió hacerle una visita al Hogar, para seguir hablando de sus cuentos, de sus poemas. Apenas conoció la escuela, sí conoció el trabajo y la penuria. No corrían buenos tiempos para líricas pero lleva dentro la sensibilidad, el ritmo, el entusiasmo – que es un don de los dioses (eνθουσιασμoς) - y sobre todo el amor por la palabra.
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Nota: Curro me va a perdonar que inserte aquí una canción que ha vuelto a mi recuerdo, al decirme su apodo. Se trata de otro Curro cuya historia siempre me ha emocionado.
Gracias, Serrat


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