Un casa con singular encanto
Imaginen una casa de señorial portalada con zócalo de hortensias , sombreadas.
Miren esa cancela de ojos cuadrados que observa, metálica, al que se acerca.
Traspasen el umbral, vean trepar a hierba por las paredes mientras las madreselvas se desnudan en sus bayas.
Aquí, sobre esta mesa, en reposada compañía, se puede oír la charla muda de los cactus. Desde arriba, en el viejo cubo de latón, un geranio los mira vigilante.
Alcen la vista, sobre los sillares de la altiva chimenea un reloj de sol, un Reloj-Barca de Noé dibuja en la pared la sombra de las nueve, mientras decenas de parejas de animales navegan hacia horas imposibles.
¿Ven estos helechos que arropan el tronco de este árbol? Forman un cerco cordial que le protege. Ese puchero apostado en la trébede no cuece ya nada, está ahí como apuesto guardián y esta fuente bomba con su brazo inerte ya no saca agua, sólo descansa. Son testimonio mudo de otros tiempos.
Bajo la balconada, los arados ya no hunden su reja para remover ninguna tierra. Enormes monstruos de ruedas y metal cavan ahora los surcos que antaño trazaban mulas y hombres en la otoñada.
Y en la ventana, más geranios.
Tras la cancela de flores de metal, el agua reposa azul mientras el sol se baña.
Desde la terraza todo es mar y ría y pinos y horizonte... y recinto sombreado donde contemplar el mar airado o en calma.
Y el césped, y la balconada, y las palmeras, la chimenea, la baranda...
Una cometa-pez habla con las adelfas de vuelos ya olvidados.
La barbacoa, la regadera, el farol, mosaicos de vendimia y de matanza.
Incrustado en el rincón, el espejo que reflejó mil caras, la jofaina que llenó miles de veces la palangana es cámara del tiempo.
De nuevo más mar, más césped, más ría, más paz, más horizonte, más calma...
El pozo mudo que antes habló agua, la alacena donde reposan los botijos que no llegaron a saciar ninguna sed, la campana que sonó mil llamadas de bronce y esperanzas.
La fuente, la balanza, la celosía floreada.
Miren esa cancela de ojos cuadrados que observa, metálica, al que se acerca.
Traspasen el umbral, vean trepar a hierba por las paredes mientras las madreselvas se desnudan en sus bayas.
Aquí, sobre esta mesa, en reposada compañía, se puede oír la charla muda de los cactus. Desde arriba, en el viejo cubo de latón, un geranio los mira vigilante.
Alcen la vista, sobre los sillares de la altiva chimenea un reloj de sol, un Reloj-Barca de Noé dibuja en la pared la sombra de las nueve, mientras decenas de parejas de animales navegan hacia horas imposibles.
¿Ven estos helechos que arropan el tronco de este árbol? Forman un cerco cordial que le protege. Ese puchero apostado en la trébede no cuece ya nada, está ahí como apuesto guardián y esta fuente bomba con su brazo inerte ya no saca agua, sólo descansa. Son testimonio mudo de otros tiempos.
Bajo la balconada, los arados ya no hunden su reja para remover ninguna tierra. Enormes monstruos de ruedas y metal cavan ahora los surcos que antaño trazaban mulas y hombres en la otoñada.
Y en la ventana, más geranios.
Tras la cancela de flores de metal, el agua reposa azul mientras el sol se baña.
Desde la terraza todo es mar y ría y pinos y horizonte... y recinto sombreado donde contemplar el mar airado o en calma.
Y el césped, y la balconada, y las palmeras, la chimenea, la baranda...
Una cometa-pez habla con las adelfas de vuelos ya olvidados.
La barbacoa, la regadera, el farol, mosaicos de vendimia y de matanza.
Incrustado en el rincón, el espejo que reflejó mil caras, la jofaina que llenó miles de veces la palangana es cámara del tiempo.
De nuevo más mar, más césped, más ría, más paz, más horizonte, más calma...
El pozo mudo que antes habló agua, la alacena donde reposan los botijos que no llegaron a saciar ninguna sed, la campana que sonó mil llamadas de bronce y esperanzas.
La fuente, la balanza, la celosía floreada.
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