El paseo de Año Nuevo

Si digo que es raro, pero rrrrarrrooo, rrrarrrooo este papá mío, creo que no exagero ni un pelo. Además ya saben que yo no soy, para nada, exagerada. Como él se acostó anoche casi a la hora de las gallinas teniendo en cuenta que otros se iban a sus casas – los hemos visto – a las nueve y diez de la mañana, a las nueve y cuarto ya estábamos en la calle. No es que me queje, porque yo fui la primera que le invité a ello, pero es que , aunque perrita, algo voy entendiendo de los eventos, fiestas y demás movidas que se montan los humanos.

Pues eso, lo que les cuento, a la hora que he mencionado ya estábamos en el coche camino de la playa y de los acantilados. Como apenas acababan de poner las calles la circulación era fluidísima y casi sólo los autobuses rodaban por la calzada. Parecía una ciudad fantasmagórica porque, además, al nuevo año le había dado por vestirse de niebla y de una fina llovizna que hacía aún más espectral el paisaje.

La fauna humana estaba formada básicamente de tres o cuatro grupos bien definidos. El primero estaba formado por grupos de hombres y mujeres vestidos casi todos de negro , ellos chaqueta y pantalón negro y camisa blanca o bien también oscura y corbata haciendo juego y ellas con largos vestidos negros o faldas cortitísimas de donde brotaban unas más o menos hermosas piernas. Algunos añadían a este uniforme algún horrible gorro amarillo o rojo con el pompón alicaído. Vagaban como espectros , se arremolinaban en las paradas de autobuses o surcaban la calle en un zigzagueo sospechoso.

El otro gran grupo era el de barrenderos con trajes fosforitos recogiendo bolsas de plástico, botellas de todas las clases y otros desechos, materiales me refiero. Era de admirar el trabajo de estos hombres en ese empeño porque a media mañana la ciudad hubiera recobrado su aspecto normal. Los camiones de la basura también señoreaban las calles y junto a los autobuses se hacían dueños del panorama urbano.

El tercer grupo lo encontramos ya más cerca de la playa. Era los que en chándal o en traje de deporte corrían bajo la lluvia a lo largo de los paseos que bordean el mar. Con ellos se cruzaban algún solitario o parejas que se paseaban o paseaban a otros perritos como yo. Esta era la fauna humana que poblaba a estas horas la espectral ciudad que seguía refrescándose suavemente del calor de una noche festiva y bullanguera.

Bordeando toda la costa llegamos hasta los acantilados de Mataleñas. Mientras yo olisqueaba las plantas y matojos mi papá se entretenía leyendo los paneles que últimamente han colocado ilustrando la estructura la vida de la fauna y flora que habitan el acantilado. En la parte de arriba mi papá observaba los helechos, los tojos , las zarzas y algún generoso pino o tamarindo que alargaban sus ramas para proteger a sus hermanas y hermanos más pequeños. Mi papá me dijo que recordaba las últimas páginas leídas en el “Bosque Animado” de W. Fernández Flórez. “ Cuando un hombre consigue llevar a la fraga un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado – aunque transitorio – de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños...”

Yo le dejaba que se perdiera en sus vagares y yo me dedicaba a oler y sentir la vida de estas plantas a mi manera. Dos formas de vivir y sentir que no son incompatibles.
© DOUCE

Comentarios

Mrs Vane ha dicho que…
Me parece la manera más sana y sensata de comenzar el año. Yo, aunque no bebo ni me emborracho, sí que salí anoche y bailé, por lo que me he levantado con cuerpo de jotera. De no ser así, me hubiera cogido la bici y me hubiera ido a desintoxicarme a la Casa de Campo, que es el único desahogo verde que hay en Madrid capital. Me encanta perderme allí y respirar el aire limpio y fresco, observar a los animalillos y meditar unos momentos. ¡¡Oye, que así mientras te lo cuento, me están entrando unas ganas de irme para allá!!

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