El paseo de Año Nuevo

Pues eso, lo que les cuento, a la hora que he mencionado ya estábamos en el coche camino de la playa y de los acantilados. Como apenas acababan de poner las calles la circulación era fluidísima y casi sólo los autobuses rodaban por la calzada. Parecía una ciudad fantasmagórica porque, además, al nuevo año le había dado por vestirse de niebla y de una fina llovizna que hacía aún más espectral el paisaje.
La fauna humana estaba formada básicamente de tres o cuatro grupos bien definidos. El primero estaba formado por grupos de hombres y mujeres vestidos casi todos de negro , ellos chaqueta y pantalón negro y camisa blanca o bien también oscura y corbata haciendo juego y ellas con largos vestidos negros o faldas cortitísimas de donde brotaban unas más o menos hermosas piernas. Algunos añadían a este uniforme algún horrible gorro amarillo o rojo con el pompón alicaído. Vagaban como espectros , se arremolinaban en las paradas de autobuses o surcaban la calle en un zigzagueo sospechoso.
El otro gran grupo era el de barrenderos con trajes fosforitos recogiendo bolsas de plástico, botellas de todas las clases y otros desechos, materiales me refiero. Era de admirar el trabajo de estos hombres en ese empeño porque a media mañana la ciudad hubiera recobrado su aspecto normal. Los camiones de la basura también señoreaban las calles y junto a los autobuses se hacían dueños del panorama urbano.
El tercer grupo lo encontramos ya más cerca de la playa. Era los que en chándal o en traje de deporte corrían bajo la lluvia a lo largo de los paseos que bordean el mar. Con ellos se cruzaban algún solitario o parejas que se paseaban o paseaban a otros perritos como yo. Esta era la fauna humana que poblaba a estas horas la espectral ciudad que seguía refrescándose suavemente del calor de una noche festiva y bullanguera.
Bordeando toda la costa llegamos hasta los acantilados de Mataleñas. Mientras yo olisqueaba las plantas y matojos mi papá se entretenía leyendo los paneles que últimamente han colocado ilustrando la estructura la vida de la fauna y flora que habitan el acantilado. En la parte de arriba mi papá observaba los helechos, los tojos , las zarzas y algún generoso pino o tamarindo que alargaban sus ramas para proteger a sus hermanas y hermanos más pequeños. Mi papá me dijo que recordaba las últimas páginas leídas en el “Bosque Animado” de W. Fernández Flórez. “ Cuando un hombre consigue llevar a la fraga un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado – aunque transitorio – de novedad, se entera de muchas historias. No hay que hacer otra cosa que mirar y escuchar, con aquella ternura y aquella emoción y aquel afán y aquel miedo de saber que hay en el espíritu de los niños...”
Yo le dejaba que se perdiera en sus vagares y yo me dedicaba a oler y sentir la vida de estas plantas a mi manera. Dos formas de vivir y sentir que no son incompatibles.
© DOUCE
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