La marabunta impone su ley
IN-SIGNIFICANTE ANÉCDOTA MATUTINA
Aproveché un momento libre esta mañana para ir a la playa, quería estrenar mis nuevos ‘aperos’ de baño. El agua sigue fría pero el mar estaba tranquilo , la temperatura agradable y la cala a donde voy estaba en paz, con pocos ‘playeantes’. Pude darme un baño y aprovechar para dar un breve repaso a la prensa en la que, como no podía ser menos, la voz de la chipionera tapaba otras voces que quizá, mira tú por donde, le venía bien al Gobierno que no se oyeran demasiado. Pero a lo que vamos.
Todo estaba en calma cuando una marabunta infantil de voces y gritos de contento fue invadiendo y adueñándose de la playa. Eran unas tres docenas de niños y niñas, entre los 4 y 5 años, acompañados de dos jóvenes maestras. Estaban perfectamente uniformados con camiseta blanca con el distintivo del Colegio - Guardería: “TAGORE” y pantalones rojos cortos unos, largos otros u otras.
Las maestras o monitoras no tenían muy claro qué hacer con aquella inquieta tropa que iba de un lado a otro de la pequeña cala en olas sucesivas, en manadas, tras el más atrevido o atrevida, que arrastraba al grupo al grito de “ ¡Somos exploradores!”. Uno de ellos trepó por una roca y voceó “ ¡Una cueva!” y una gran parte del grupo subió hasta donde estaba el descubridor de la ‘maravillosa’ cavidad . Las maestras no sabían si controlar aquella pequeña masa que se movía de un lado para otro, según los distintos descubrimientos o dejar que sus ‘impulsos’ infantiles organizaran por sí mismos aquel ‘desorden’.
Después de las primeras exploraciones, el grupo se concentró en un pequeño regato que se forma en la playa procedente de las aguas de un estanque donde señorean los patos y algún que otro cisne. Al principio, como no había órdenes concretas ni cuaderno de bordo, los pequeños trataban de saltar a pie enjuto el riachuelo, con calzado. Como es normal aparecieron las primeras mojaduras y entonces las jóvenes acompañantes decidieron que la grey infantil debía quitarse el calzado. El reclamo de aquel riachuelo era demasiada tentación para infantes e infantas que seguían saltando o metiéndose de plano en el agua. Los que llevaban pantalón largo empezaron a mojarse las partes bajas, del chándal, y a los demás también les salpicaba, así que poco a poco las jóvenes maestras decidieron que ¡fuera pantalones! Ya el agua iba subiendo de niveles y poco a poco también sus prendas más mínimas iban mojándose...
Algunos grupos de niñas de tres en tres , o de cuatro en cuatro, acudieron donde estábamos Douce y yo y preguntaban: “ Cómo se llama tu perro?” “ Y tú, ¿cómo te llamas?” “¿Se le puede tocar? Y ante mi aserto varios pares de manos se pusieron a ‘acariciar’ a mi perra, pero más que caricias aquello podía ser cualquier otra cosa ante el asombro de Douce. Alguna explicaba: “ Es que la estoy peinando”.
Viendo cómo se iban sucediendo los acontecimientos, decidí que era ya hora de dejar aquella playa en mano de los “exploradores” que poco a poco se habían hecho dueños de la cala. Y yo, en lugar de ver aquello como una hermosa invasión infantil, que había impuesto sus ‘normas’ , ante la falta de ‘dirección’ e ideas claras de las dos acompañantes y, se supone, guías de aquel grupo de distintas o unánimes voluntades pensé en otros ‘guías’ y en otros ‘invasores’ y , mal intencionado de mí, casi estuve a punto de creerme que era una metáfora.
¿Moraleja (o Moraleda)? Ustedes mismos.
Aproveché un momento libre esta mañana para ir a la playa, quería estrenar mis nuevos ‘aperos’ de baño. El agua sigue fría pero el mar estaba tranquilo , la temperatura agradable y la cala a donde voy estaba en paz, con pocos ‘playeantes’. Pude darme un baño y aprovechar para dar un breve repaso a la prensa en la que, como no podía ser menos, la voz de la chipionera tapaba otras voces que quizá, mira tú por donde, le venía bien al Gobierno que no se oyeran demasiado. Pero a lo que vamos.
Todo estaba en calma cuando una marabunta infantil de voces y gritos de contento fue invadiendo y adueñándose de la playa. Eran unas tres docenas de niños y niñas, entre los 4 y 5 años, acompañados de dos jóvenes maestras. Estaban perfectamente uniformados con camiseta blanca con el distintivo del Colegio - Guardería: “TAGORE” y pantalones rojos cortos unos, largos otros u otras.
Las maestras o monitoras no tenían muy claro qué hacer con aquella inquieta tropa que iba de un lado a otro de la pequeña cala en olas sucesivas, en manadas, tras el más atrevido o atrevida, que arrastraba al grupo al grito de “ ¡Somos exploradores!”. Uno de ellos trepó por una roca y voceó “ ¡Una cueva!” y una gran parte del grupo subió hasta donde estaba el descubridor de la ‘maravillosa’ cavidad . Las maestras no sabían si controlar aquella pequeña masa que se movía de un lado para otro, según los distintos descubrimientos o dejar que sus ‘impulsos’ infantiles organizaran por sí mismos aquel ‘desorden’.
Después de las primeras exploraciones, el grupo se concentró en un pequeño regato que se forma en la playa procedente de las aguas de un estanque donde señorean los patos y algún que otro cisne. Al principio, como no había órdenes concretas ni cuaderno de bordo, los pequeños trataban de saltar a pie enjuto el riachuelo, con calzado. Como es normal aparecieron las primeras mojaduras y entonces las jóvenes acompañantes decidieron que la grey infantil debía quitarse el calzado. El reclamo de aquel riachuelo era demasiada tentación para infantes e infantas que seguían saltando o metiéndose de plano en el agua. Los que llevaban pantalón largo empezaron a mojarse las partes bajas, del chándal, y a los demás también les salpicaba, así que poco a poco las jóvenes maestras decidieron que ¡fuera pantalones! Ya el agua iba subiendo de niveles y poco a poco también sus prendas más mínimas iban mojándose...
Algunos grupos de niñas de tres en tres , o de cuatro en cuatro, acudieron donde estábamos Douce y yo y preguntaban: “ Cómo se llama tu perro?” “ Y tú, ¿cómo te llamas?” “¿Se le puede tocar? Y ante mi aserto varios pares de manos se pusieron a ‘acariciar’ a mi perra, pero más que caricias aquello podía ser cualquier otra cosa ante el asombro de Douce. Alguna explicaba: “ Es que la estoy peinando”.
Viendo cómo se iban sucediendo los acontecimientos, decidí que era ya hora de dejar aquella playa en mano de los “exploradores” que poco a poco se habían hecho dueños de la cala. Y yo, en lugar de ver aquello como una hermosa invasión infantil, que había impuesto sus ‘normas’ , ante la falta de ‘dirección’ e ideas claras de las dos acompañantes y, se supone, guías de aquel grupo de distintas o unánimes voluntades pensé en otros ‘guías’ y en otros ‘invasores’ y , mal intencionado de mí, casi estuve a punto de creerme que era una metáfora.
¿Moraleja (o Moraleda)? Ustedes mismos.
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