El viejo fotógrafo


By DOUCE

El día amaneció con una mañana de auténtica primavera, ideal para pasear. Mi papá tuvo la feliz idea de aprovecharla para 'faire une promenade' de las de rechupete, sin prisas ni apresada, que son las que a mí me encantan. Él, como hace últimamente se armó de su cámara... ( a propósito, a lo mejor un día de estos me voy de la lengua y cuento lo que le ha pasado con su penúltima cámara). ¡Y ya van dos! Hace ser falta ser... – me faltan adjetivos para describirlo – panolis, ingenuo, despistado, ido, por no decir definitivamente gilipollas -, pero sigamos.

Mientras él se dedicaba a sacar fotos a todo los que se le ponía a tiro, yo me aprovechaba. Hoy le había dado primero por buscar casas solariegas venidas a menos , cubiertas por viejas hiedras que no permitían apenas ver la fachada. Quería componer canto a la nostalgia, a aquellos que con su esfuerzo, cruzando el charco, y volvieron con fortuna y, con orgullo, levantaron casas suntuosas. Hoy languidecen, completamente abandonadas, para excitar la codicia de ‘poceros’. Luego le dio por dedicarse a fotografiar los bustos , estatuas y demás monumentos que pueblan los jardines de la ciudad en honor de escritores como José Luis Hidalgo, Pérez Galdós, o militares de guerras en el Atlas, o monumentos para ‘inmortalizar’ al jugador de bolos...

Pero de todas ellas su preferida, no por la calidad de la foto, pero sí por lo que para él evocaba, - ahora le da por recuperar su infancia perdida -, escogió la del “Viejo fotógrafo”. Se puso a hablar con él , yo capté trozos de la charla pero tampoco me interesaba demasiado, habiendo tanto verde, tanto banco, tanto árbol que olfatear. Yo no entendía muy bien qué le encontraba de particular al señor de pelo blanco, bata azul, periódico en mano. Cerca tenía plantado una especie de cajón de madera del que colgaba un caldero azul con agua, apoyado en un trípode, los costados cubiertos de viejas fotos en blanco y negro, que según le oí contar se referían a la Carmencita Martínez Bordíu - ésa que vive ahí, y señaló una casa- , a su hijo Luis Alfonso, o como se llame, a un tal Rajoy que no conozco y así unos cuantos.

Contaba y no paraba a medida que mi papá le iba tirando un poco de la lengua. Hablaba de su cámara con la que se ganaba la vida, por ferias y veraneos hasta que 1949 –yo no había nacido, claro, pero a mi papá debía recordarle algo – debió abandonarla temporalmente porque la patria le reclamaba y el buen señor parecía muy patriota.

En un momento dado, quizá ganado por la nostalgia, mi papá sintió la tentación de que el viejo fotógrafo nos inmortalizara en blanco y negro y preguntó tímidamente que “cuánto”, ya me entienden, porque a mí cuando hablo de dinero me da corte...

- “ Dos fotos, 8 €uros”. Estupendas, ya verá”, dijo con seguridad y aplomo.

Mi papá por muy nostálgico que sea, miró su cámara, me miró a mí... y debió pensar: "Está bien sentir la llamada de la nostalgia de las viejas fotos, con pajarito incluido, asistencia in situ al revelado ‘mágico’, pero... viejas nostalgias a precios supermodernos”. Y no nos hicimos la foto.

Luego llegó un grupito de señores y señoras mayores que también se sintieron atraídos por el señuelo del cajón mágico, el trapo negro que cubría la cabeza del ‘artista’ y entre bromas y veras se entabló una pequeña querella entre ‘antiguos y modernos’, cámaras y arte antiguo versus el ‘todo hecho’ moderno... En un momento dado, en el calor de la defensa de los viejos métodos el ‘artista’ expresó claramente su opinión.

- “Los que utilizan esas cámaras, se refería a la que llevaba el señor que debatía con él, son tontos además de torpes, así de claro”

Cuando las afirmaciones son así de rotundas, tan en ‘blanco y negro’ , mi papá no sabía si esconder la suya con su 'retrato' y me dijo: " Vámonos, Douce, aquí ya está vendido todo el pescado"

Y nos fuimos con la cámara a otra parte.

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