De vuelta a casa

Acaba de llegar mi papá de las vacaciones terapéuticas que yo le receté porque noté que después de un trimestre de intenso trabajo –bueno lo de ‘intenso’ me lo ha dicho él, que ¡vete tú a medir la ‘intensidad!- necesitaba urgentemente unos de días de evasión y olvido temporal de sus ocupaciones y pre-ocupaciones ordinarias. Yo creo que de estas segundas más que de las primeras.

Le he notado que viene de un fresco primaveral, cantarín cual jilguero escapado de la jaula, sonriente cual mocita abrileña... y no digo más pijadas de éstas que parece que la que ha tomado las vacaciones soy yo. Me he alegrado por él, porque de paso me beneficiaré yo y adivino más paseos en el horizonte.

Nada más llegar, me ha sacado de paseo y me ha dicho que de todo lo que ha visto, visitado, paseado, degustado, sentido, lo que más le ha recordado a mi ‘persona’, han sido mis congéneres. Sí ¿ Y por qué necesito entrecomillar esa palabra, si yo tengo más sentimientos que muchas de las que se declaran oficialmente como tales? Bueno, a lo que iba, me ha dicho que ni museos, ni monumentos – todos los ‘monumentos’- que ha visto, recorrido o visitado, nada le ha llamado tanto la atención y emocionado como los perritos que ha visto en la ciudad del Tormes. Y de todos ellos, el que más ternura le ha inspirado ha sido un perro que se pasaba todos el día cuidando de los dueños y del ‘negocio’ de unos hippies que vendían sus pulseras, pendientes, collares y demás artesanías a cuantos pasaban por la puerta del Corrillo en ese entrar y salir incesante de la Plaza Mayor como una procesión turística interminable.

Dice que las demás cosas ya me las irá contando. Les mantendré al tanto.

DOUCE

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