El Banco de la Confianza

El otro día, en un viaje relámpago, que me obligó a atravesar casi la Península de norte a sur para volver, al día siguiente, hacia el norte de nuevo, coincidí en el tren con un amigo, al que no veía desde hacía algún tiempo. Le encontré con mejor aspecto que la última vez que nos vimos, aunque no le hice ninguna observación, para no hacerle recordar seguramente momentos difíciles, que me imagino, ha vivido.

Como sucede en estos casos, se empieza haciendo preguntas banales, como de trasteo, para ver, por ambas partes, cual es la faena y el lugar adecuado para situar a la res. Permítanme esta metáfora taurina, que no vienen mucho a cuento, porque no veo muy bien la relación que puede haber entre una conversación amistosa y la lidia de un toro bravo. El caso es, que la suerte final vino a caer sobre el libro que había dejado, semiabierto, sobre la bandeja frontal de su asiento.

“ Estoy leyendo a este señor, por curiosidad”- y me mostró la tapa del libro que leía:

Miré la cubierta. Sobre un fondo entre verde y amarillo, aparecían dos siluetas lejanas, caminando por el desierto y en letras grandes: PAULO COELHO, luego, algo más abajo, en caracteres más pequeños: El Zahir. Sonreí un poco y dije, por decir algo, sin fundamento real.

¿“Ahora te da por la Alquimia., los guerreros de la luz y las peregrinaciones iniciáticas?

Me soltó un pequeño rollo, que a lo mejor les cuento otro día, sobre este polémico y conocidísimo autor, ahora sólo les transcribo lo que me dijo a propósito de un pasaje de la novela, o lo que sea, con el que no estaba del todo acuerdo. El pasaje en cuestión hacía referencia a un “Banco de favores”, muy en la línea del pensamiento del escritor brasileño, en el que hablaba de un banco mundial donde las transacciones no se hacen con dinero , sino que se invierte en favores. , contactos, ayudas, para extender a más clientes y así crear una red de deudores morales, de favores prestados. Me dijo que comprendía lo que quería transmitir, pero que no le acababa de convencer la idea. Luego añadió, que la entidad bancaria que él crearía cambiaría de nombre, y sobre todo, el tipo de transacciones, el perfil , número de clientes, y fundamentalmente, lo que él llamaba “filosofía” del proyecto. Y me lo aclaró:

“El banco que yo quiero crear se llamaría “Banco de la Confianza, Sociedad limitadísima”,es decir para dos o tres personas nada más, mejor dos, que tres o cuatro. Y me puso un ejemplo. Imagina dos personas que se han conocido y que ambos, se han ido abriendo, desnudando, despacio, tácita o expresamente. Crean, y creen en un banco . Señalan sus fundamentos, el modo de operar, los valores que ellos estiman dignos de compartir. Deciden que los fondos que hay que depositar en ese banco, no son billetes, ni acciones, ni letras o cualquier otro tipo de papeles que se usen en los bancos, porque él, de economía, no entiende ni papa. Lo que se puede ingresar o retirar de ese banco, no se valora en dólares, dinares, escudos, euros, o bolívares, además no valdrían, porque todo lo que se deposite en él, tendría el mismo valor, o sea “muchísimo”.Se trataría de escuchas pacientes, de encuentros, de comprensiones mutuas, de pequeños secretos, complicidades, pequeños regalos, atenciones, paciencias, besos, sonrisas, lágrimas, tonterías...

“Me vas siguiendo?”, me preguntó. Sonreí, asentí con la cabeza, y comprendió que le seguía. Me devolvió la sonrisa y prosiguió, más animado todavía.

– “En este banco , los inversores tendrían libertad absoluta para poner o retirar los fondos que necesitaren, ninguna obligación de decir el uno al otro el caudal gastado, ni para qué había sido utilizado, siempre que en el banco hubiera fondos disponibles. El banco funcionaría siempre que la clave CONFIANZA estuviera operativa. Podía vivirse al día, o hacerse un anticipo, si surgiera una incidencia no prevista, detraer dinero para satisfacer algún capricho. Tampoco sería necesario comunicarlo al socio. Sólo habría una “acción” que provocaría la bancarrota de este banco, que le llevaría a la ruina y a una difícil reflotación de tan peculiar entidad bancaria. Había una sola palabra impronunciable, la única norma inquebrantable: prohibida LA DESCONFIANZA. Esta sola palabra señalaría su fin, su ruina. El banco habría perdido su razón de ser y quedaría disuelta la sociedad limitadísima.

Guardó silencio un rato. Un silencio que comprendí muy bien.

Me apeé del tren. Acababa de llegar a mi estación de destino. Mi amigo prosiguió su camino..

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