Mirando hacia atrás sin ira, ni nostalgia

UN SANTANDER DE ANTAÑO

Ayer recibió el Náufrago estas imágenes de un Santander antañón que él no conoció. Por aquellos años él podía andar por Salamanca, Burgos , Segovia o en el mismísimo extranjero. Pero conoció muy bien aquella España que olía a ‘trabajo y a queso, a arrugas en la frente, a amor y casamiento’… España olía a eso y a muchas cosas más, a misas, a bares, a paseos, a pickups, a guateques a media luz…

El Náufrago no conoció los trolebuses Valdecilla-San Martin, ni vió a los curiosos que se arremolinaban cuando los operarios colocaban en la fachada de la Caja de Ahorros los desnudos que escandalizaban a las gentes de bien. Era una España bastante gris que empezaba a salir de un largo letargo de miseria y gazmoñería. Pero aún las señoras se ponían el velo para ir a misa y faldas y vestidos por debajo de las rodillas.

Era la España del 600, los taxistas del Seat 1500, todo un avance en el diseño, con los pneumáticos pintados con una franja blanca. Los guardias, como Manolo guardia urbano, cubrían su cabeza con una especie de salakov y vestían chaqueta blanca. España seguía ‘oliendo a pueblo, a colegio y a hermanos, a macetas regadas, a cines de verano’. Para decir verdad, el Náufrago no siente ninguna añoranza de aquella España ñoña, pacata, de candiles y cera, de tela marinera que pintaba Benito Moreno. Era la España de Cecilia que tardaba en despertar: “Mi querida España/ Esta España mía,/ Esta España nuestra/De tu santa siesta/ Ahora te despiertan /Versos de poetas/ ¿dónde están tus ojos?/ ¿dónde están tus manos?/ ¿dónde tu cabeza?”

Hemos evolucionado, nos sentimos más libres, respiramos más hondo… Pero nos oprimen otros agobios. Resulta impensable oír cantar ahora a Cecilia... ¡ Cómo hemos cambiado!

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